Cienfuegos/Sobrevivir en Cuba es cuestión de estrategia, dinero y mucho –muchísimo– tiempo para dedicarle a la cacería de alimentos y productos de primera necesidad. Cienfuegos no es la excepción. Y, si al mediodía ya no queda nada que comprar en los comercios, lo normal es que en horario laboral, especialmente en las mañanas, los trabajadores se escapen en busca de víveres y las empresas estatales se queden sin un alma.
La contraparte de las instituciones vacías son las pobladas colas que se forman en los portales de tiendas y locales de todo tipo. Panaderías, cajeros automáticos y mercados agropecuarios son los más solicitados.
«Lo único que he hecho en mi trabajo hoy es firmar la tarjeta de entrada. Salí pensando que resolvería rápido y aquí estoy, esperando a ver si puedo recoger la tarjeta magnética que pedí hace tres meses», cuenta irritada Tamara que, aunque está en la Sucursal del Banco Popular de Ahorro, en la calle San Carlos, ya tiene marcada otra cola en el mercado La Princesa para comprar galletas para las meriendas escolares de sus hijos. «Es imposible realizar dos cosas a la vez y, a la hora de escoger, le doy prioridad a lo mío», afirma.
Las colas no solo se originan por la demanda de productos demandados. También incide la lentitud de los dependientes y funcionarios, que se toman “todo su tiempo” para atender a las personas. Según Tamara, las demoras excesivas para atender al público son un denominador común, lo mismo en la taquilla del Teatro Terry, en la lista de espera de la terminal de ómnibus, o en la pizzería de El Prado. «El lugar puede variar. Lo que no cambia, en ningún caso, es la pésima atención al cliente», sentencia la mujer.
- CHECALO -
Las esperas en la ciudad comienzan mucho antes de las ocho de la mañana. Bien lo sabe Juan Carlos que, desde hace algunos meses, se dedica a guardar turnos en el exterior de la Cadeca (Casa de Cambio de divisas) para quienes estén dispuestos a pagar el precio de su tiempo. «Aprovecho que trabajo como custodio cerca de aquí. Si de todos modos tengo que pasarme la madrugada desvelado, nada mejor que buscarse unos pesitos extra ayudando al prójimo», explica el hombre, quien dice obtener no menos de 4.000 pesos cada vez que pasa la noche en vela.
Juan Carlos reconoce que, durante el día, es inevitable quedar atrapado en una compra o trámite que llega a parecer interminable. «Yo salgo de Cadeca con un dinerito en el bolsillo pero entonces llego, por ejemplo, a la cola del correo para cobrar la jubilación de mi madre, o hago una fila larguísima para tomarme cinco o seis bolitas de helado en Coppelia, y se me va el día en eso.», lamenta el custodio.
Por su parte, Tamara ha conseguido comprar las galletas en el mercado, pero la cola en el banco sigue estancada. «Aquí han llegado varias personas después que yo y resolvieron rápido, con amistades que trabajan allá adentro. Cuando te vienes a dar cuenta, se te cuela cualquier cantidad de gente alegando embarazos, impedimentos físicos, cirugías y todo tipo de excusas. A los que llevamos horas esperando, que nos parta un rayo», se queja la cienfueguera, que mira su reloj con preocupación. “Mi jefe no sabe que salí, y ya llevo mucho tiempo en este trámite”, explica.
Cuando el sol arrecia sobre la gente cansada de esperar, un custodio sale del banco con una noticia que todos adivinan. En otros lugares cercanos también las colas se van disolviendo poco a poco, desintegradas por la presión de volver al trabajo o porque los productos se acabaron y los comercios y mercados cierran sus puertas. «Era de esperar que quitaran la corriente en cualquier momento. He perdido tres horas y, al final, tendré que volver otro día”, dice Tamara, resignada. “Yo debería regresar a mi trabajo, pero allá tampoco debe haber corriente. Entonces, lo mejor que hago es irme para mi casa y así adelanto algunas cosas. Mañana será otro día».
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