Camajuaní/Cancún/En el pasaporte de Daniela hay cuños de Venezuela, Serbia y Rusia. Su particular “ruta de la seda” –trabaja como mula ocasional desde hace años– la lleva ahora a México, un país que solo le abrió las puertas tras someterla a un agobiante laberinto burocrático. Cogió el avión de Viva Aerobús con dos amigas, Illiana y Lucía, y las recibió en Cancún Ramiro, un mexicano de 62 años, que las llevó a un hostal cuyo nombre no podía ser más ominoso: La Cubana.
Que el hostal se llame así no es casualidad. Tampoco lo es el enjambre de choferes que asedian a los que llegan a la Terminal 2 del aeropuerto: vienen buscando a los cubanos, que llegan a hacer compras en Cancún.
“Guagua al centro de Cancún por solo 150 pesos”, grita uno. “Te llevamos al hotel en un Mercedes moderno”, propone otro. El asedio no acaba y la red de negocios en los alrededores del aeropuerto –hospedaje, transporte y comida– sigue en pleno desarrollo. Pese a venir de Cuba, quien va allí a comprar es porque puede, y los mexicanos lo saben.
De hecho, lo primero que tuvo que demostrar Daniela ante la Embajada de México en La Habana fue su solvencia económica. El proceso es engorroso y la cita para acudir al trámite suele demorar. Sin embargo –al menos en su opinión–, tuvo suerte. Se registró a finales de noviembre de 2023 y el pasado 6 de septiembre le llegó el correo electrónico con el día y la hora de la entrevista.
- CHECALO -
“Ni siquiera me acordaba de que me había registrado”, afirma ahora. Había borrado el dato de su agenda mental y conseguir los documentos adicionales fue una verdadera carrera de obstáculos. Cuenta bancaria, título de propiedad de la casa, fotos, etcétera. Llegó con la carpeta el 12 de septiembre, justo a tiempo.
Daniela puede traducir su viaje en tres números de máxima importancia: 290, el número de dólares que costó el pasaje; 23, la cantidad de kilogramos que le permitía cargar la aerolínea; y 10, la capacidad –también en kilogramos– de su bolso de mano. Para realizar un viaje así tener las cifras claras es indispensable. También contar con un plan definido y a prueba de imprevistos.
La Cubana les costó 500 pesos mexicanos –unos 25 dólares– por persona durante tres noches e incluia una habitación compartida con baño independiente. A Ramiro lo contactaron por Facebook días antes, a través del anuncio del hostal. El hombre fue buen anfitrión y lo supieron desde el primer almuerzo: arroz moro, carne de cerdo y ensalada. Pero Ramiro, como todo Cancún, le pone precio a la amabilidad: el menú les salió a Daniela y sus amigas en 120 pesos adicionales, más un café –5 pesos– y un agua mineral en la nevera de la habitación (20).
Sin tiempo que perder, las tres cubanas salieron a descubrir las tiendas de las inmediaciones del hostal. Se trata de un puñado de establecimientos, esparcidos por la calle Uxmal, con poco espacio o estética, pero donde hay todo lo que en Cuba falta. Con el aire acondicionado al máximo, cada local vende montañas de ropa, equipos y artículos para el hogar.
Lo que está en venta es barato y quizás bonito, pero rara vez bueno. Sin embargo, los cubanos vienen buscando el mejor precio, saludan, preguntan, entran en confianza y regatean hasta el cansancio. Al salir van cargados con bolsas llenas de pulóveres, pantalones de mezclilla, ropa interior, medias, bolsos y pares de tenis. Todo es falsificado, pero qué importa.
Aunque casi 70 años de castrismo han hecho del cubano alguien difícil de impresionar, México lo logra a menudo. “Nos subimos a un carro en la Plaza de las Américas”, cuenta Daniela, “y el chofer, que nos dijo que se llamaba Yamil, nos ofreció trabajo y residencia en México”. Ellas se tomaron la propuesta a broma y no paraban de reír. Se bajaron en una tienda de zapatos y el vendedor, un cubano, les informó de que habían caminado por el filo de la navaja con el “amable chofer”.
“Resulta que era un narcotraficante de gran influencia en Cancún”, asegura Daniela. “Nunca nos hubiéramos imaginado con quién estábamos hablando”.
Los comerciantes mexicanos han afinado sus estrategias de ventas para “pescar” cubanos. Una de ellas es el reguetón a todo volumen, que da cierta vida a la tienda y atrae a los clientes. Los precios varían y, si la mula es ingenua, muerde el anzuelo antes de encontrar la mejor relación de calidad-precio.
En una sola tarde, Daniela y las demás pudieron añadir a su inventario ocho pares de chancletas Crocs, a 3,70 dólares cada uno; cinco pares de tenis Nike (6,50 dólares); diez tintes de pelo (1,30 dólares) y tres shorts para hombre (3,10 dólares). Ni Crocs es Crocs, ni Nike es Nike, pero en la Isla se podrá vender como tal.
Recorriendo las tiendas de Cancún dieron con un negocio llamado El Cubano. Lo administra, claro, un cubano decidido a honrar ciertos cánones de su isla: se espera que su negocio ponga música alta y que el vendedor tenga guara. Elier, nacido en Güira de Melena –Artemisa– y emigrado a Cancún desde hace dos años, compra en Belice lo que vende en su tienda.
“Al cruzar la frontera con México puedes viajar a Belice con un permiso, luego enviar tus compras a Cancún mediante una agencia. Demora solo 24 horas”, recomienda el cubano, una mina de trucos para las mulas. A Elier, que no tenía idea de cómo se vivía en México, quedarse le pareció una buena idea. Otros cubanos han seguido su camino. “Esto podría llamarse La Pequeña Habana, como en Miami”, bromea.
Con las maletas atiborradas de productos que piensan vender en Cuba –convertida en una tierra baldía después del apagón total–, Daniela, Iliana y Lucía regresaron a La Habana. Cuarenta minutos puede parecer un trayecto corto, pero el estrés lo vuelve denso y agobiante. En cualquier momento, usando cualquier excusa, la Aduana puede confiscar los productos que traigan.
“Unas veces maltratan, otras sobornan o abren las maletas”, se queja Daniela. Superados los “tiburones” del aeropuerto, cada cosa que venga en las maletas pasa al papel, se le pone precio y se anuncia. El precio de cada mercancía solía multiplicarse por tres. Por ejemplo, un pantalón que en Cancún costara 10 dólares en Cuba podía venderse por 30. Pero ahora, lamenta Daniel, “ya no es la misma ganancia”. Ahora el costo se multiplica solo por dos: el pantalón que antes se podía vender en 30 ahora baja a 20 –6.500 pesos al cambio informal–. Eso sí, se vende más rápido.
Después de vender lo que trajo de Cancún, Daniela ganó 1.220 dólares. De ahí tuvo que descontar 610 dólares –lo que le costó la mercancía–, 290 de pasaje, 50 de transporte y 25 por el alojamiento. Le quedaron 220 dólares, pero está satisfecha: “200 dólares ya se considera ganancia suficiente”, asegura.
Los clientes no faltan. Algunos piensan consumir lo que compran, pero otros revenderán cada producto que adquieran, y Daniela puede ser solo el eslabón de una cadena de compraventa cuyos límites nadie puede imaginar.
El talón de Aquiles del negocio es que nadie está dispuesto a pagar el precio completo. Todo se compra a plazos y el proceso dura a veces un mes, o más. “Es la vida de la mula”, rezonga Daniela, “el dinero viene por cuentagotas”.
DERECHOS DE AUTOR
Esta información pertenece a su autor original y fue recopilada del sitio https://www.14ymedio.com/cuba/cancun-hay-cuba-falta_1_1107626.html