La Habana/No todos los niños cubanos comienzan las clases este lunes, cuando se ha inaugurado el curso escolar 2024-2025 a bombo y platillo. En La Habana y durante los próximos 15 días, algunos de ellos tendrán que trabajar, bien en limpieza, bien en jardinería, o incluso en otras labores, en una suerte de nueva “escuela al campo”, uno de los proyectos educativos de Fidel Castro abandonados con la llegada al poder de su hermano Raúl, en 2008.
Mañana mismo, por ejemplo, en una secundaria al sur de la capital, los estudiantes de octavo curso tendrán que ir a una empresa privada de productos de limpieza “a fregar pomos”. “¿Qué hace la escuela mandando a unos niños a fregar pomos a una mipyme privada, por qué nuestros niños tienen que ir a limpiarle a unos ricachones?”, se lamentaba.
Daisy, que tiene a sus dos hijos en secundaria. En el municipio de Regla, hoy mismo comenzaban el curso “incorporados” en el primer destino de la “escuela al campo”.
«¿Qué hace la escuela mandando a unos niños a fregar pomos a una ‘mipyme’ privada?»- CHECALO -
Ya lo había avisado, aunque sin detalles, la directora general de Educación de La Habana, Karenia Marrero Arrechea, la semana pasada en la Mesa Redonda, al referirse al “cambio que tenemos que lograr en el estudiante” para el “vínculo del estudio y el trabajo”. “Estamos retomando una escuela en el campo diferente, donde el estudiante se sienta vinculado a tareas de impacto”, declaró, especificando que “iniciarían” con tres cursos: octavo, onceno y primero de Educación Técnica y Profesional (ETP), en “organopónicos” del municipio correspondiente y “en tarjas y monumentos”.
El sintagma evocado por la funcionaria provoca aún escalofríos en la generación de muchos padres que acompañaban hoy a sus hijos en el primer día del curso, y que fueron mandados en aquellos años ochenta a cultivos de tabaco, col, plátano, ajo, frijoles o café, en Pinar del Río o a lo que hoy ocupan las provincias de Artemisa y Mayabeque.
“Todavía tengo cicatrices de aquella experiencia”, rememora María, una habanera de 45 años. “Yo tenía una conjuntivitis crónica, me mandaron para la enfermería, el doctor nos dejó encerrados con llave por fuera porque se fue para una fiesta. Nos tuvieron que pasar la comida por las ventanas del albergue. Salí de allí al parecer recuperada, pero el primer día de regreso al campo me di cuenta de que no podía mirar las zonas iluminadas por el sol”.
Cuando le dijo lo que le pasaba al productivo, que se ocupaba de la administración de las labores agrícolas, pensó que era mentira, para evadir el trabajo: “Tuve que seguir deshierbando en los surcos dos semanas más. Cuando regresé a mi casa mis ojos lloraban y ya no podía mirar ningún objeto de color blanco ni gris claro. Queratitis avanzada, una infección en la córnea, me diagnosticaron. Estuve a punto de perder la visión de los dos ojos y sigue molestándome mirar cualquier superficie de color claro”.
El objetivo de la llamada «escuela al campo» no era otro que adoctrinar a los estudiantes
El objetivo de la llamada “escuela al campo”, a la que seguía cronológicamente la “escuela en el campo”, no era otro que adoctrinar a los estudiantes, llamados a convertirse en “fuerza productiva”. Establecidas en los años setenta, la primera era para estudiantes de secundaria –séptimo, octavo y noveno grado–, que debían salir de las ciudades para hacer labores agrícolas por un período de 45 días –la crisis fue reduciendo el “programa” después a 30 días y solo para los adolescentes de La Habana–, y la segunda, preuniversitarios para becados en los que la mitad del día se empleaba en el estudio y la otra mitad en trabajo en el campo.
¿Por qué resucitan estos proyectos, cuya erradicación fue precisamente una de las medidas más aplaudidas del raulismo? Las autoridades no lo han explicado, los maestros en la presentación este lunes, tampoco, y los padres solo tienen conjeturas. “Parece que todo es por el problema del material escolar, porque casualmente los niños que van a ir a esos trabajos no les han dado los materiales”, expresa con suspicacia Ernesto, padre de muchachas en la misma secundaria que los hijos de Daisy. “Mi hija mayor, que está en octavo, no quiere ir, ella pensaba que era algo voluntario”.
Las familias están sumamente molestas, porque se han gastado un dineral en uniformes y otros útiles escolares, y ahora les piden para estas labores “ropa adecuada”.
Por lo demás, el estado de esa escuela –cuyo nombre se reservan por temor a represalias– es penoso, aseguran. “Los propios maestros nos avisaron que no alcanzan las máquinas para la clase de computación, que parte de las clases las tienen que dar en otra secundaria, pero que además, no alcanzan las mesas ni las sillas, todo está roto o desvencijado, hasta los retratos de Fidel”, refiere Ernesto. “Yo mismo estudié aquí hace treinta años, y hoy parece otro planeta”.
Otros centros educativos de la capital presentan el mismo panorama. En el Preuniversitario José Miguel Pérez, del municipio de Plaza de la Revolución, no se habían molestado ni en dar una mano de pintura a la fachada. La pared lucía tan despintada como la gigantesca bandera que encabeza el matutino, y la algarabía era menor que otros años. Es patente, a simple vista, la reducción del número de estudiantes que pretenden estudiar una carrera, otro de los datos que obvia el oficialismo. El grupo de adolescentes entre 14 y 17 años desplegado en el patio tenía que soportar las voces casi militares del director a través de las bocinas.
Fuera de La Habana, la situación es incluso peor. En San Juan y Martínez, en Pinar del Río, poco ha cambiado desde el paso del huracán Ian, que destruyó gran parte de las infraestructuras municipales hace ya dos años. “Dos años después del ciclón y nada”, comenta a este diario una vecina del lugar, cuyos hijos van a la escuela Modesto Gómez Rubio. Esta tiene, por fin, techo, “pero no baño”, y sigue “sin corriente, sin piso, sin nada digno para los niños”, prosigue la misma fuente. Junto al destartalado edificio de la escuela, una construcción ladeada funge precariamente de baño. “Ahí tienes las aulas en las que los hijos de la meca del tabaco van a iniciar su curso escolar”, se lamenta la mujer, refiriéndose al municipio, cuna del tabaco más preciado que, sin embargo, no ve materializado todo el capital que se recauda en exportaciones y subastas del habano cubano en mejores aulas para sus hijos.
Nada de esto se encuentra reflejado en las portadas de la prensa oficial, que pregona que, con el regreso a las aulas, “Cuba está de fiesta”. En esas imágenes, no hay escuelas con grietas, sino bien pintadas; no hay estudiantes malnutridos sino rozagantes y sonrientes, posando incluso para selfies que se tomaban con sus móviles.
De nuevo, la intención en recuperar una de las tradicionales joyas de la corona de la propaganda castrista es flagrante. Así se desprende de las palabras de la ministra del ramo, Naima Ariatne Trujillo, que este lunes era una de las autoridades que encabezaba el acto principal del comienzo del curso en Santa Clara, y que ante la televisión nacional hacía hincapié en el “hecho especial que es nuestro sistema educativo, universal, gratuito”.
Un único atisbo de realismo se observa en los periódicos provinciales, concretamente en El Artemiseño, que en una infografía no oculta el déficit de maestros –faltan 1.845, el 24,3% del total necesario– y, sobre todo, su causa principal: la emigración.
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