▲ Fotograma de la cinta del chileno Ignacio Agüero.
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el realizador chileno Ignacio Agüero se presentó en el Festival Internacional de Cine de Morelia un documental siempre actual y de factura excelente: El diario de Agustín (2008), denuncia frontal de la línea editorial que el diario El Mercurio sostuvo en favor de desestabilizar y a la postre celebrar el derrocamiento del gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende. El título del filme hacía referencia al nombre del director de la publicación, Agustín Edwards Eastman. En su cinta más reciente, Notas para una película (2022), coproducción franco-chilena, Agüero retoma la noción de un diario, entendido ahora como el recuento de vivencias personales, para describir, en un híbrido de documental y ficción, el proceso de aculturación y abuso colonial que padeció la comunidad indígena mapuche en Chile (de modo preciso. en la región austral de la Araucanía) a finales del siglo XIX.
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A casi siglo y medio de distancia, esa situación parece no haber cambiado sustancialmente, ni en el plano cultural ni en el político, como atestigua la polémica reciente en torno de la aprobación de una nueva constitución en Chile, sobre todo en lo relacionado con los derechos de la población mapuche. La estrategia narrativa elegida por el cineasta pudiera parecer, en un primer momento, desconcertante. Se trata de una mirada al pasado intercalando voces del presente, tanto occidentales como indígenas, en el registro puntual de la construcción de una vía ferroviaria en la que participa, a petición expresa del presidente José Manuel Balmaceda, el ingeniero belga de 24 años Gustave Verniory (Alexis Mespreuve), quien consigna la faena en sus notas para un diario titulado Diez años en Araucanía,1889-1899, texto en que se basa de modo muy libre la película.
La libertad aludida reside sobre todo en la estructura del filme, para nada lineal, interesada en establecer vasos comunicantes entre un valioso material de archivo y las voces de indígenas que en nuestros días refieren la persistencia de una empresa neocolonial disfrazada de impulso civilizatorio y progresista. No se trata, en rigor, ni de un documental etnográfico ni tampoco de un alegato de denuncia. Agüero procura la inmersión de sus espectadores en un territorio agreste e inmemorial, reticente todavía a una deriva de modernización depredadora. Y lo hace conjugando libremente los tiempos históricos y los testimonios directos con una ficción azarosa que, más que profundizar en la dimensión sicológica o moral de un solo personaje (el protagonista Gustave), se aplica a mostrar las contradicciones, las glorias efímeras e infinitas bajezas, de quienes lo rodean; también sus apetencias desmedidas y las turbias relaciones de poder que mantienen entre ellos y con sus subordinados. Habría sido interesante adentrarse aún más en el personaje de Verniory, quien supo convivir, pese a todo, con bandoleros rotos
chilenos dispuestos a arrasar con cualquier rastro de presencia indígena, y con los propios mapuches agraviados que lo estimaban, volviéndose luego, por su labor civilizatoria en la construcción de la vía férrea, el gringo loco de cuatro ojos, héroe y salvador del pueblo de Temuco
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Toda esta gesta, entre verídica y delirante, se acerca a los itinerarios históricos propuestos por los argentinos Lucrecia Martel en Zama (2017) o Lisandro Alonso en su compleja y fascinante Eureka (2023), cinta que se abordará con detenimiento en el momento de su estreno. En tanto, Ignacio Agüero rompe ahora con las convenciones del relato histórico y aporta la nota intimista del personaje a la vez testigo y náufrago en una épica dramática que, como extranjero, le toca vivir y que por momentos lo rebasa y avasalla. Al espectador el reto de sumergirse, sin mayores asideros, en esta novedosa apuesta del cine chileno.
Foro Internacional de Cine. Cineteca Nacional Xoco.
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