La Habana/Acostado a un lado de la puerta de acceso del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, un perro aguarda por los dueños que se fueron con el éxodo masivo. «Lleva tiempo aquí, desde que llegó en un carro con su familia, ellos entraron, viajaron y a él lo dejaron», cuenta una empleada de limpieza de la Terminal 3, desde donde sale la mayoría de los vuelos que van a Nicaragua, puerta de entrada a Centroamérica de muchos migrantes cubanos.
Algunos trabajadores le llevan comida y le han puesto nombre al perro. «Ven acá, Canelo», le dice una que le trae las sobras de su almuerzo. «Pinto, toma un poco de agua», le acerca un vaso desechable un taxista de la cercana piquera. Todos saben algo que el animal desconoce: que sus dueños no regresarán y si lo hacen es poco probable que vayan a buscarlo a esa puerta donde él espera día y noche. Algunos protectores han tratado de sacarlo del lugar y buscarle un hogar, pero el mestizo, de quizás unos cuatro o cinco años, no pretende moverse de esa entrada. El tiempo le empieza a pasar factura y ya se le nota la piel deteriorada en varias partes del cuerpo.
Todos saben algo que el animal desconoce: que sus dueños no regresarán y si lo hacen es poco probable que vayan a buscarlo a esa puerta donde él espera día y noche
A pocos metros, en el disfuncional boulevard que fue construido como zona exterior de servicios y venta de alimentos, una manada de otros cuatro perros merodea en busca de comida. El área, donde se acumulan los viajeros, los conductores de taxis que buscan clientes y algunos familiares que aguardan por un pariente que llega desde el extranjero, es todo menos cómoda. Sin climatización, las cafeterías destinadas al consumo son insufribles en estos meses de verano y los precios de los productos suman grados a la molestia. Una lata de cerveza española Mahou de 500 ml cuesta 1.200 pesos y una botella de agua de medio litro llega a los 1.000.
- CHECALO -
Atentos a cada persona que viene y va, los cuatro perros, al parecer familia: madre, padre y dos más jóvenes de menos de un año, merodean por el lugar. «A ella la botaron aquí, la dejaron unos que vinieron a buscar a una familia y después dijeron que la perra ya no cabía en el carro porque la muchacha había traído muchas maletas». Desde entonces, el animal se ha tenido que adaptar a las duras condiciones del entorno: vehículos que entran y salen todo el tiempo recogiendo o descargando pasajeros, poca comida disponible, apenas agua que no sea la que les dan algunas almas dadivosas y el intenso calor.
En un país donde tantos están haciendo las maletas, los perros del aeropuerto son una más entre las evidencias de una nación que huye y deja atrás sus casas, sus fotos familiares y hasta sus animales afectivos. «El último que apague el Morro» de La Habana quizás no lo haga con los dedos de una mano humana sino con la fuerza de una pata canina.
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