Cienfuegos/Son pasadas las 8:30 de la noche en la única terminal de ómnibus de Cienfuegos y, pese a que decenas de personas se aglutinan en las puertas de embarque o duermen en los bancos de la sala de espera, la pizarra de rutas no marca ningún destino. Quienes no lograron embarcarse durante el día están condenados a dormir en la instalación junto a los que, por lista de espera, intentan viajar a otras provincias del país. Afuera, los boteros particulares pregonan sus servicios, pero los viajeros no prestan atención –o no quieren escuchar– a lo que cuesta un viaje en almendrón.
En la segunda planta de la terminal, en penumbras, solo funcionan dos lámparas bajo las que se sitúa, con un bulto de hojas machucadas, uno de los pocos trabajadores que a esas horas todavía están en la estación anotando nombres de pasajeros. La oscuridad atrae a quienes, por cansancio, se resignan a dormir en las esquinas o en los bancos de tabla. «Estoy durmiendo aquí desde hace tres noches, intentando coger algún transporte para Holguín», cuenta a 14ymedio Nereida, una trabajadora de Salud Pública, a quien su salario no le permite adquirir un pasaje por encima del precio estipulado.
Según la mujer, tener opciones pero no dinero para pagarlas es lo que la mantiene anclada a la terminal: «Si hablas con el jefe de turno, él te monta en lo primero que pase, pero esa conversación cuesta entre 1.500 y 3.000 pesos, además de lo que haya que darle luego al chofer», aclara.
Vivir como lo ha hecho hasta ahora en las instalaciones tampoco ha resultado precisamente cómodo. Ella y Ana, que reside con su hija de cuatro años en San Fernando de Camarones, en el municipio de Palmira, han decidido unir fuerzas para cuidarse entre ellas y a sus equipajes. La joven madre solo ha pasado una noche en la terminal, pero el desamparo que siente, especialmente por traer a su niña a cuestas, tiene causas muy concretas.
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“Tengo que ir a ver a mi madre enferma en Gibara y no tengo con quien dejar a la niña. Tenemos que estar aquí hasta que podamos irnos», lamenta la mujer. Ana explica que le ha sido imposible reservar un pasaje en la aplicación Viajando porque, “cuando no hay capacidad, es que no permite comprar el boleto de un menor de edad o porque está caída la conexión con el servidor”, se queja.
«La suerte fue que traje un poquito de almuerzo y comida para nosotras. Lo único que hubo hoy en la cafetería de aquí fue refresco instantáneo caliente y pan viejo con pasta. Para colmo, cuando pasé por allí a las 4:00 de la tarde, ya estaba cerrada», comenta con disgusto. La oferta de los negocios privados frente a la terminal también es inaccesible para la mayoría de los viajeros: lo más barato, un sándwich, sale a 150 pesos y una simple comida ronda los 1.000.
Con su hija dormida en brazos, Ana lamenta que la terminal esté en tan mal estado y que el descuido de las autoridades y la necesidad haya atraído a varios mendigos que duermen, de forma permanente, en el edificio. La oscuridad tampoco facilita la estancia, lamenta. «No hace falta que quiten la corriente, si de todas maneras no se ve nada», dice con sarcasmo.
En una pizarra con varias tachaduras puede leerse el origen, el destino y la hora de salida que tienen las diversas rutas de ómnibus hacia los municipios de la provincia. «Esa pizarra está puesta ahí de adorno, pues casi ninguna ruta está trabajando y las que funcionan no salen a la hora señalada», dice mientras señala a la tablilla negra clavada a la pared. Con excepción de La Habana y Santa Clara, es raro que a otros destinos salgan ómnibus con frecuencia diaria, por lo que los viajeros se acumulan con facilidad en cualquier horario.
«A esta hora la terminal parece más vacía, pero en realidad las personas están afuera huyendo del calor. En cuanto llega cualquier guagua esto se llena”, explica.
En el interior del salón, un grupo de hombres, mujeres y niños que permanecen sentados en los bancos metálicos rotos saltan como resortes cuando ven aparecer algún vehículo que les devuelve la esperanza. «Aquí hay gente que va para algún municipio, como Cartagena y Abreus, pero ya a esta hora es muy difícil que pase algo», comenta Nereida, que nota que el ómnibus con destino a Lajas, previsto para las 9:30, “viene con retraso o no viene”.
La mujer explica que hace tiempo que dejó de insistir para conseguir información sobre las rutas. «Nadie es capaz de darle una información a los que estamos desesperados por llegar a casa. Algunos trabajadores hasta se molestan si les preguntas un horario o si la ruta que tú esperas está funcionando». añade.
La poca higiene de los sanitarios, el descuido con las pertenencias de los viajeros y la informalidad –“ni siquiera le ponen tickets a las maletas”, explica–, hacen de la experiencia de viajar un verdadero calvario. La opinión de Nereida y Ana, como la del resto de los viajeros, sobre el servicio en la terminal es lapidaria: “Lo único que marcha sobre ruedas es la ineficiencia”.
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