Hechos clave:
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Los planificadores económicos actúan como si fueran omniscientes.
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Una economía basada en reglas, como bitcoin, da mayor previsibilidad.
La intervención estatal en la economía, lejos de resolver problemas, genera nuevas distorsiones que justifican una mayor intervención, perpetuando un ciclo de dependencia y desequilibrio económico. Lo ocurrido esta semana en los mercados internacionales es una contundente prueba de ello y un nuevo argumento contra la banca central.
Aunque podemos rastrear a distintas causas el pánico que detonó este lunes negro en los mercados del mundo (guerras, conflictos e incertidumbre política en distintas regiones del mundo; resultados macroeconómicos inesperados), tomando el ejemplo del llamado carry trade del yen japonés podemos ver cómo en el núcleo de la situación económica global habita una historia de intervención gubernamental que sigue postergando y agravando los desenlaces inevitables y naturales de la interacción económica.
- CHECALO -
Históricamente, las autoridades del Banco de Japón han intervenido para evitar un yen demasiado fuerte que perjudicara a las exportaciones. Para lograr esto se han valido de una emisión de deuda brutal (del 300% en su ratio contra Producto Interno Bruto), y de mantener tasas de interés equivalentes a cero para estimular, nuevamente, el endeudamiento.
Un yen débil tiene efectos mixtos en la economía japonesa. Mientras que aumenta los costos de importación y presiona la inflación, lo que perjudica a los consumidores, también beneficia a las empresas exportadoras al incrementar sus ganancias en yenes. Sin embargo, desde 2022, Tokio ha intervenido para detener la caída del yen, dado que su depreciación ha encarecido las importaciones de combustibles y materias primas, afectando negativamente a los hogares y minoristas.
En su última medida, el Banco de Japón elevó las tasas de interés a 0,25%. Si bien puede parecer poco, fue un aumento inesperado. Esto detonó que miles de inversionistas internacionales, que habían aprovechado el diferencial de tasas de interés entre Japón y Estados Unidos para pedir dinero gratis en yenes y poderlo invertir en otros mercados, tuvieran que apurarse a liquidar sus activos para poder resarcir sus deudas antes de que el costo se hiciera mayor de lo esperado. Esto desplomó los precios de los activos en que estaban invertidos.
La intervención del Banco de Japón no solo perjudicó con devaluación e inflación a sus nacionales, sino que creó un colapso generalizado de los mercados globales.
Es sencillo, cuando se está en una posición de poder, caer en la llamada por Hayek fatal arrogancia de la planificación económica. Pero eso implica olvidar que la información sobre el mercado es caótica, está asimétricamente distribuida, y cada agente de mercado tomará la decisión que crea más conveniente para sí a partir de la información que disponga. Y el resultado de esto es imposible de predecir.
Las políticas intervencionistas, como los controles salariales y de precio, manipulación de tasas de interés y demás, distorsionan las señales de precios naturales del mercado, conduciendo a ineficiencias. Cuando estas son imprevistamente modificadas, causan problemas para todos, más aún en un mundo globalmente interconectado.
En el modelo fíat, en que la Banca Central puede jugar a Dios, subir y bajar el costo del dinero, emitir cantidades ingentes de deuda para “salvar” la economía, hipotecar el futuro mediante déficit fiscal, o intervenir para “rescatar” a bancos y empresas de su gusto, la realidad está distorsionada.
Los actores que de otra manera hubieran quebrado y aprendido lecciones valiosas sobre responsabilidad, son mantenidos a flote artificialmente. Y lo peor es que para ello se extrae de otros ciudadanos el valor generado responsablemente mediante aumentos de la masa monetaria, creando una sociedad de adolescentes empobrecidos siempre al cuidado del paternalismo estatal.
Pero, más aún, como la irrefrenable deuda de Estados Unidos lo sugiere, lo único que la intervención estatal ha hecho es meter problemas debajo de la alfombra, dejando un bulto de dificultades inmanejable para las próximas generaciones.
Esta es la diferencia de una economía basada en reglas, en lugar de regentes. Cuando son los regentes los encargados de intervenir para solucionar los problemas de sus intervenciones anteriores, modifican las reglas del juego de tal forma que el mercado sufre.
Con una economía basada en reglas como la que propone Bitcoin, en que las reglas del juego son acordadas y garantizadas por cada miembro, todos los agentes económicos comparten la misma información, lo que da previsibilidad, posibilita el cálculo económico y se admite la realidad del fracaso cuando sucede, junto con sus valiosas enseñanzas. No solo no hay rescates a los irresponsables a costa de los responsables, sino que se hace imposible la sustracción arbitraria de valor mediante emisiones monetarias. Cada bien deberá arroparse hasta donde le alcance la cobija y crear valor a partir de ahí.
Se podrá argumentar, nuevamente, que Bitcoin reaccionó con igual o mayor volatilidad que el resto del mercado a las intervenciones de Japón. Y sí, esto probablemente suceda por un tiempo hasta que se interiorice que Bitcoin es el nuevo “denominador global de la riqueza”. Pero si bien hubo una absorción del miedo del mercado en el precio durante una circunstancia sobrevenida, la red Bitcoin siguió funcionando con sus reglas inmutables, manteniendo su previsibilidad.
Más allá de si Bitcoin deba o no ser la base del próximo sistema monetario, los eventos ocurridos esta semana son una buena oportunidad para que el lector se plantee sobre la existencia y necesidad de la banca central y su rol interventor en la economía. ¿Hace mayor bien que el daño que hace? Es una pregunta que cada persona debe hacer el ejercicio de responder.
Mientras tanto, habrá que mantenerse atento, como si se estuviera en peligro, de la próxima intervención económica de cualquier gobierno del mundo que pueda causar estragos en la vida de las personas.
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