Diego Uranga, director general de la Universidad de Polo de la Asociación Argentina de Polo (Revista Chacra)
Cuando Diego Uranga, director general de la Universidad de Polo de la Asociación Argentina de Polo, habla sobre este deporte, sus palabras revelan una pasión profunda y una conexión casi mística entre el jinete y el caballo. Para los argentinos, el polo es mucho más que un simple deporte: es una parte esencial de su identidad cultural, tan emblemática como el fútbol, el dulce de leche o el asado. Es una expresión de destreza, de elegancia y de una herencia que, generación tras generación, se ha convertido en símbolo de excelencia mundial.
El polo es una disciplina que trasciende el simple acto de montar a caballo y golpear una pelota. Es un deporte de equipo, donde cuatro jugadores por lado se enfrentan con el objetivo de marcar más goles que su oponente. Se juega en un campo amplio, y el partido se divide en períodos llamados “chukkers”, cada uno de siete minutos. Al más alto nivel, un partido consta de ocho chukkers, y los jugadores cambian de caballo al final de cada uno para mantener a los animales en óptimas condiciones.
Una de las características más distintivas del polo es la relación íntima que se establece entre el jinete y su caballo. Los caballos, conocidos como “polo argentino”, son una raza única que combina la velocidad del pura sangre de carrera con la resistencia y agilidad del caballo criollo. Esta raza fue cuidadosamente desarrollada para alcanzar la combinación perfecta de velocidad, fuerza y destreza necesaria para el juego. Como explica Uranga, “cada caballo tarda entre seis y siete años en llegar a su máxima capacidad competitiva, y durante ese tiempo, se forja una conexión especial entre el animal y su jinete”.
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El polo no es solo un deporte para la élite; es una industria que genera miles de empleos y una pasión que une a generaciones
El polo no es solo una actividad física; es una cultura y una forma de vida. Los mejores jugadores del mundo y los mejores caballos se reúnen cada año en el Abierto Argentino de Palermo, considerado el torneo de polo más importante del planeta. Es un espectáculo donde la habilidad y la estrategia se entrelazan en un juego de velocidad, precisión y fuerza. La disciplina, la seguridad y el dinamismo son los pilares que rigen este deporte, con reglas que buscan no solo la protección de los jugadores y los caballos, sino también mantener la fluidez y el espectáculo del juego.
Esta disciplina, que tiene sus raíces en la antigüedad, alcanzó su apogeo en Argentina, convirtiéndose en un símbolo nacional que resuena en todo el mundo. “Argentina no solo lidera en términos de jugadores y caballos, sino también en el desarrollo de una industria floreciente que abarca desde la cría de caballos hasta la fabricación de equipos y la gestión de canchas”.
El polo fue una vez parte del programa olímpico, habiendo sido disputado en cinco Juegos Olímpicos, siendo la última vez en Berlín 1936, donde Argentina se llevó la medalla de oro. Pero después de esos Juegos, el polo fue eliminado del programa, en parte debido a la dificultad de transportar los caballos y organizar las competiciones en diferentes países.
Sin embargo, hay un esfuerzo continuo para que el polo vuelva a participar del mayor evento deportido del mundo. En los JJ.OO de la Juventud en Buenos Aires, el polo se presentó como un deporte de exhibición y Uranga afirma, con entusiasmo contagioso, que “actualmente se están llevando a cabo gestiones para su reincorporación, posiblemente en la modalidad de polo en arena o incluso polo en la nieve”, lo que facilitaría la participación de más países y reduciría las barreras Una industria y una pasión nacional.
El polo no es solo un deporte para la élite; es una industria que genera miles de empleos y una pasión que une a generaciones. “En Argentina se juega al polo tanto de manera profesional como amateur, y es común ver a padres e hijos compartir la cancha, creando una experiencia familiar única”. Además, el polo argentino es exportado a todo el mundo, no solo en forma de jugadores y caballos, sino también como un símbolo de la destreza y el espíritu argentino.
En un país donde el fútbol es religión, el polo se ha ganado un lugar destacado, representando lo mejor de la tradición y la innovación argentina. Y mientras el mundo mira con admiración, Argentina continúa siendo la cuna del mejor polo del planeta, una tierra donde la relación entre el hombre y el caballo se convierte en arte en movimiento.
El futuro del polo, con la posibilidad de regresar a los Juegos Olímpicos y la expansión de sus fronteras, parece tan brillante como siempre. Y en ese camino, la conexión profunda entre el jinete y su caballo seguirá siendo el corazón de este deporte que es, sin duda, una de las joyas culturales de Argentina.
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