Leonardo Páez
Periódico La Jornada
Lunes 22 de julio de 2024, p. a35
Ojalá la imaginación empresarial se redujera a cambiar la hora de inicio de las novilladas en temporada de lluvias –de las 16 a las 13 horas–, y ojalá el antitaurinismo politiquero consistiera en las prohibiciones antojadizas de algunas dinastías priístas, como la de Coahuila, donde su tradición taurina de más de tres siglos enfrenta los antojos de algunos con la apasionada afición de otros, como el caso de Fernando Lomelí García y su hijo, que la tarde de ayer pusieron muy en alto la firme convicción de criar toros bravos, no sólo de lidia. A insistencia de un público agradecido y emocionado, Lomelí y su hijo dieron clamorosa vuelta al ruedo al doblar el sexto.
- CHECALO -
Agraviado quedó el público con el escurrido encierro de Barralva en la novillada inaugural, y si no es por el contundente triunfo del hidrocálido César Ruiz, que con sólo dos novilladas este año llegó y triunfó, el festejo hubiera sido un sonoro petardo. Afortunadamente para el segundo festejo la empresa anunció reses del hierro de Fernando Lomelí, que pastan en el rancho El Colorado, en el municipio de Saltillo, Coahuila, estado donde ningún partido político se ha atrevido a impugnar la arbitraria prohibición en los alegres tiempos del reinado de Rubén Moreira.
Se trató de seis novillos muy bien presentados, con edad y trapío, es decir, exigentes con los toreros, que se vieron desconcentrados y sin entrega, eso sí, vestidos de la aguja
como si fueran figuras consagradas. Pero ni el zacatecano César Pacheco ni los tlaxcaltecas Luis Martínez y Jesús Sosa, con más de 20 novilladas toreadas cada uno, mostraron evolución alguna, un concepto claro de la lidia y estructuración de sus faenas, sino que se conformaron con detalles a través de una tauromaquia superficial en la que la entrega brilló por su ausencia.
Por su presencia, alegre salida y cumplimiento en varas los novillos fueron aplaudidos y varios de ellos fuertemente ovacionados en el arrastre, dado su comportamiento de reses bravas, no sólo pasadoras, que pusieron en evidencia las aptitudes y actitudes de los alternantes, a cual más de limitados, como si los lujosos ternos que vestían los hubiesen convencido de que podían salir en plan de maestros a realizar trasteos de trámite.
Con el abreplaza, Flaquito, que por su fuerte embestida provocó el desmonte del varilarguero, Pacheco fue prendido sin consecuencias al iniciar un lance y luego intentó la faena por ambos lados ante una res que llevaba la cabeza a media altura, siendo menos malos los ejecutados con la diestra. Tras un pinchazo arriba dejó una entera desprendida. Con su segundo, que llegó a la muleta embistiendo con calidad y recorrido, minitandas y entera, consiguiendo una tibia salida al tercio lo que debió ser una oreja.
El segundo de la tarde, Mi Cuatote, débil pero noble, correspondió a Jesús Martínez, que ante aquella embestida aguantó poco, templó apenas y ligó menos, en esa nefasta costumbre de dar dos o tres muletazos y rematar. Tras dos viajes y un descabello, escuchó un aviso y palmas a los despojos del toro. Con su segundo, deslucido y soso, consiguió que se aburrieran él, el novillo y el público.
Las mejores verónicas de la tarde corrieron a cargo del tlaxcalteca Sosa, que remató con media y una revolera a Bonito y que, como sus hermanos, recargó en el caballo. Hubo un gran par de Gerardo Angelino por el que fue llamado al tercio. Tras dos cambiados por la espalda y uno de pecho, Sosa ejecutó una faena desestructurada que culminó con estocada casi entera en lo alto por la que recibió benévola oreja que le fue protestada. Con su segundo, minitandas y frustración. ¿Quién discurrió anunciar carteles hechos que impiden repetir al triunfador de la tarde previa?
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