Cienfuegos/Hace tiempo que en Cienfuegos los portales y salas de las casonas céntricas de la ciudad transmutaron su función de espacios familiares para tomar un café o recibir visitas. Ahora están repletos de maletas y cajas con todo tipo de mercancías que, a las nueve de la mañana y de lunes a sábado, se sacan para improvisar boutiques particulares. Para los dueños de estas viviendas, arrendar esos espacios no es solo una fuente de ingreso, sino una oportunidad para mantener sus destartalados hogares en pie.
«Nunca pensé verme en la necesidad de alquilar la sala de mi casa. Se pierde toda la privacidad, pero mi pensión de jubilada no alcanza y con esto me entra algún dinerito», cuenta a este diario Norma, una farmacéutica retirada de 66 años. Desde que decidió alquilar la sala a unos vendedores de ropa y calzado, la cienfueguera ha visto restringirse el espacio habitable de su vivienda, de estilo neoclásico y amplios ventanales, en la calle Argüelles.
Los restos del mobiliario antiguo de la casona de finales del siglo XIX que no fueron vendidos en algún momento de necesidad se han trasladado a otros cuartos para dar espacio a percheros, estantes y un vestidor armado con una cortina y alambres detrás de la puerta principal. Los sillones se mudaron de la sala al patio trasero, las mesas de caoba están amontonadas en un cuarto y las butacas republicanas se han convertido en mesas de ventilador.
«Cualquiera diría que alquilar un espacio es fácil, pero no lo es. Muchos dueños de negocios y sus empleados no cuidan el lugar. En ocasiones llegan hasta dañar la construcción, por lo que la aparente ganancia resulta en pérdida», advierte. Además, los vendedores tienen licencias que les permiten comercializar ciertos productos y, si no cumplen, también la cienfueguera podría verse perjudicada.
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La cuestión ya no es la comodidad sino obtener ingresos de una casona que comenzó siendo el principal patrimonio familiar pero que las décadas sin mantenimiento fueron haciendo ruinosa. El mayor capital que posee ahora la jubilada es la ubicación de su casa, la cercanía a esos lugares muy transitados donde los clientes abundan más que en otras zonas de la ciudad.
La hija de Norma, cuyo esposo posee otra casona céntrica, también comenzó hace algunos años a alquilar su portal para la venta de joyería. Sin embargo, un inspector multó a la vendedora por comerciar, además de los productos autorizados, ropa y zapatos y, como consecuencia, su hija perdió la licencia para arrendar su espacio. «Siempre trato de mantenerme dentro de las reglas establecidas, aunque debería ser responsabilidad del particular y no nuestra lo que venden o dejan de vender», lamenta
Los particulares han tomado las zonas clave de la ciudad y, cuando algún lugar se les resiste, encuentran la manera de colarse. Es el caso de los portales situados frente al Prado, donde no se permite establecer comercios privados. La «estrategia» allí consiste en abrir los negocios dentro de las viviendas. En algunos casos, los propietarios alquilan toda la casa y se mudan, pero la mayoría viven en el propio sitio. «Yo cobro 5.000 pesos diarios por alquilar la sala y la saleta de mi casa», cuenta Anselmo, residente en una de estas casas.
El cienfueguero explica que, además de las «situaciones incómodas» que trae ser arrendador, conseguir la licencia para alquilar parte de su vivienda tampoco está libre de obstáculos. «Los trámites en la dirección municipal de Trabajo y en la Onat (Oficina Nacional de Administración Tributaria) demoraron bastante. La famosa Comisión que certifica la idoneidad de los locales estuvo prometiéndome la inspección durante varias semanas, hasta que no pude más y los fui a buscar yo mismo», cuenta Anselmo, que asegura que los trámites duraron más de tres meses.
En contraste con los comercios del Boulevard, que están vacíos o cerrados, las casas en torno al centro de la ciudad están casi todas con sus puertas abiertas. Desde dulcerías y paladares, hasta talleres de celulares, casi todos los servicios pueden encontrarse en algún portal o saleta que todavía exhibe cuadros de hace 70 años. «A estas alturas todo el mundo usa lo que tiene a mano para obtener algún ingreso extra. Y el que no ha vendido la casa o ha montado un hostal, siempre puede buscar algún vendedor de chucherías que quiera instalarse en su portal por un ‘módico precio’», estima Anselmo.
Para quienes se van del país y no logran vender su vivienda, lo común es dejar que un pariente se encargue de rentarla a algún negocio mientras aparece un comprador. «Eso es mejor que alquilarla para vivir, porque casi siempre los inquilinos acaban con la casa», sentencia Anselmo, que está convencido de que, «quien tiene una casa céntrica y puerta a la calle, siempre podrá sacarle algún dinero”.
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