Madrid/Fidel Castro no quiso llamarle crisis a la debacle de los años 90. Prefirió usar el eufemismo Período Especial. En su discurso del 28 de septiembre de 1990 utilizó veinte veces la expresión, acompañándola de la coletilla “en tiempos de paz”. Para marear a su audiencia, habló de boniatos y de la yuca que se cosechaba a los nueve meses sin ponerse dura. Cuando uno revisa sus discursos en la distancia, se pregunta cómo es posible que nuestros padres creyeran en aquello de “la genialidad del comandante”. Resulta obvio que su genialidad era directamente proporcional a nuestra estupidez.
La Real Academia Española tiene dos definiciones para la palabra “crisis”. En la primera se refiere al “cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados”. La segunda acepción señala la “intensificación brusca de los síntomas de una enfermedad”. Cuando hablamos de la economía cubana, la segunda definición parece ajustarse más a nuestra realidad. La Revolución no está en crisis. Ella misma es una crisis perenne y una enfermedad crónica.
En abril de 2019, Raúl Castro asustaba a todos con la posibilidad de un retorno al susodicho Período. Las medidas que anunció entonces han sido un constante déjà vu en los paquetazos posteriores.
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Lo que se oculta detrás de estas trompetas es que el régimen se prepara para la crisis que vivirá Venezuela después del próximo 28 de julio
El fantasma del Período Especial generó tal inquietud en la población que los ideólogos aconsejaron a Díaz-Canel evitar mencionarlo. A partir de ahí ensayarían crucigramas para rebautizar la crisis con distintos nombres. En septiembre de 2019, el designado comenzaba a hablar de una situación que era “sencillamente energética”, a la que calificaba como “coyuntural”. Unos días después, ante el aluvión de críticas por el uso de esa expresión, dejaba caer que la coyuntura podía ser permanente.
Así fue, diría Alberto Aguilera, más conocido como Juan Gabriel. La Tarea Ordenamiento y la pandemia se combinaron para dejar al desnudo la ineficiencia y la desventura del heredero. Aunque esta vez el hartazgo popular desembocó en el mayor estallido social de nuestra historia, aquel 11 de julio. Cuentan que Díaz-Canel, otrora entusiasta de las caldosas julianas, ahora no soporta ni escuchar a Julio Iglesias.
La crisis luego pasó a llamarse “contingencia”. Pero el último nombre es digno de un estreno hollywoodense: ¡economía de guerra! A estas alturas, ya uno se imagina a los tanques T-55 trasladando la canasta básica y a los 10 avioncitos de combate que le quedan al régimen lanzando el peligroso pan de la bodega.
Si esta crisis es la misma que las anteriores, ¿para qué cambiarle el nombre? ¿Por qué usar esa palabra en un contexto marcado por conflagraciones reales? Ni siquiera Fidel era tan neciamente temerario. Él, al menos, tuvo la sutileza de usar un término relacionado con la guerra, pero aclarando que se hacía “en época de paz”, para evitar cuquear a las bestias en un momento de extrema debilidad interna.
Tampoco se puede asegurar que, tras una eventual caída de Maduro, el castro-canelismo se desmorone
La prensa internacional se ha hecho eco de la noticia sin concederle demasiada importancia y sin gastar ni un mililitro de tinta en hablar del embargo. El País, por ejemplo, prefiere citar al economista Pedro Monreal para acercar el tema a sus lectores. Entre las causas, subrayan la burocracia y el ineficiente control de las instituciones estatales. El Gobierno cubano, por su parte, insiste en que se trata de “corregir distorsiones”. Todo indica que, cuando usan la palabra “corregir”, se refieren a la sexta definición de esa palabra, según la RAE: expeler los excrementos.
Lo que se oculta detrás de estas trompetas es que el régimen se prepara para la crisis que vivirá Venezuela después del próximo 28 de julio. No hay forma de que Cuba salga ilesa de ese proceso. Si Maduro pierde, se acabó lo que se daba. Si Maduro hace trampas para ganar, el rechazo popular será tan fuerte que los cacerolazos se sentirán en La Habana. Cualquier persona medianamente informada sobre la situación venezolana sabe que a Maduro no lo apoya ni siquiera el Partido Comunista de ese país, que lo califica como un mafioso, culpable de la tragedia nacional.
De igual modo, tampoco se puede asegurar que, tras una eventual caída de Maduro, el castro-canelismo se desmorone. Rodará alguna cabeza, aparecerá un nuevo Gil, quien se encuentra en situación desconocida desde marzo pasado. Ellos llevan más de sesenta años cayéndose, solo que el abismo es tan profundo, que aún no revientan contra el fondo. Por si acaso, ya Díaz-Canel tiene preparada una larguísima lista con nuevos nombres para su siguiente crisis.
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