Una criatura voraz que aparece en menos de diez escenas. Un grupo de actores que actuaron sin saber muy bien hacia dónde conducía el guion. Pero más interesante aún, un jovencísimo director que tomó el riesgo de filmar una película en la que nadie creía. Cuando Tiburón de Steven Spielberg llegó a las de cine en 1975, no podía presagiarse el éxito en que se convertiría. No solo entre público — es el primer blockbuster de la historia del cine — sino también, para el mundo cinematográfico.
Se trataba de una producción con un presupuesto exiguo, que se vio en la necesidad de innovar y crear sus propios efectos especiales. A la vez, que se atrevió a mostrar el horror en la pantalla grande a partir de una perspectiva inédita. Spielberg logró asustar con escasos recursos y hacerlo de una forma tan contundente, que la cinta todavía asombra por su brillante puesta en escena. Todo eso, en manos de un equipo técnico y creativo esencialmente joven, que se tomó como un reto afrontar los múltiples puntos en contra que debía superar la película.
El resultado fue una cinta que, contó una premisa en apariencia simple — un tiburón que acecha en una playa cualquiera — desde un punto de vista por completo nuevo. Tan tenso, violento y hábil, como para aterrorizar y fascinar al público. Pero a la vez, demostrar que el mundo cinematográfico, estaba a punto de vivir una revolución. La de producir películas baratas que aseguraran enormes ingresos. El llamado éxito de verano, no solo había nacido. Asimismo, Hollywood había descubierto todas las ventajas que podía ofrecer.

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Un proyecto que empezó desde lo mínimo


En una época de experimentación, lo más llamativo de Tiburón, fue todas las buenas decisiones que sus jóvenes productores tomaron. Para entonces, Steven Spielberg apenas dirigido un par de cortos y la experimental Duel (1971), por lo que una cinta de terror atípica no parecía la mejor decisión de su carrera.
Pero el cineasta encontró fascinante el guion, basado en el libro de Peter Benchley, que también colaboró en la adaptación junto con Carl Gottlieb. El relato de un enorme tiburón blanco con un apetito voraz que ataca bañistas en las playas de la ficticia Amity Island, requería reinterpretar el terror físico. Al mismo tiempo, tal y como descubriría Spielberg, plantear la idea del monstruo como algo más que un animal al acecho.


Directed by Steven Spielberg
Shown: Denise Cheshire
De hecho, el realizador, que se involucró activamente en la forma en que la historia llegaría a la pantalla grande, decidió depurar la historia original para hacerla más sencilla. Su objetivo, era que el ataque de la bestia acuática, fuera central. A diferencia del libro en el cual se basa, la cinta relega todo tipo de subtramas en favor del trauma colectivo de un animal que excede lo que se supone es la seguridad del mundo humano.
Una premisa singular y terrorífica
El resultado son víctimas aleatorias, que sufren debido a la incapacidad de los funcionarios a cargo de enfrentarse a un riesgo semejante. Se trata de una mirada al terror, que involucra, también, cierto rasgo sociológico. El de temer a un lugar que, usualmente, se considera seguro. En este caso, las tranquilas aguas de una playa sin especiales riesgos.


En más de una ocasión, Spielberg insistió en que, el tiburón debía ser una situación tan inesperada e impredecible, como un terremoto. Lo que le permitió enfocar el argumento en la idea de un peligro que es imposible detener. Con esa idea en mente, imaginó una criatura que no siempre fuera visible. Un riesgo que se mantenía debajo del agua — y lejos de la vida del espectador — la mayor parte del tiempo.
De modo que la apuesta de Spielberg era crear un tipo de efecto mecánico que fuera tan realista como para hacer gritar al público en sala. A la vez, que se convirtiera en un villano inusual, sin razón, propósito u objetivo más allá de devorar. Un punto que dejaba en manos del resto de los personajes, la responsabilidad de la atmósfera y de hacer creíble el horror.
Grandes fauces para un monstruo fuera de lo común


Para la película, se crearon tres versiones del tiburón. Todas a tamaño real y que mostraban diferentes partes del animal. La primera, tenía el aspecto de un trineo acuático, que permitía que introducir en su interior un bote. Eso, para las imágenes que mostraban a la bestia en la superficie del agua o saliendo sobre ella. Los otros dos mecanismos, que mostraban las fauces y la gigantesca aleta, se movían sobre una plataforma. Las tres recreaciones de la criatura, estaban rodeadas de mangueras mecánicas, lo que permitía la apariencia de humedad y de movimientos en apariencia naturales de la pieza.
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