La Habana/Una gotera comenzó a caer del techo en casa de Patricio y Carmela en Centro Habana. La filtración, producto de las intensas lluvias de junio pasado, venía del apartamento del piso superior, vacío tras la emigración de sus dueños. Como esa que ocasionó la gotera en la residencia de la pareja, situada en un bloque de cuatro pisos en la calle San Francisco de la barriada de Cayo Hueso, miles de casas se mantienen cerradas en Cuba, una situación que contrasta con el déficit habitacional, que actualmente supera las 850.000 viviendas.
«En este edificio hay tres apartamentos vacíos», explica Patricio, de 78 años. «Nosotros tenemos las llaves de dos de ellos para poder darles una vuelta de vez en cuando, pero el tercero se quedó cerrado a cal y canto, ni siquiera viene un familiar de los dueños a darle una vuelta». Justo de esa vivienda, situada en los altos de la pareja, llegó la gotera que los mantuvo en vilo por más de una semana.
Para los vecinos del edificio los apartamentos vacíos no son solo un causa de potencial deterioro de la infraestructura. «Aquí todos los que vivimos somos personas mayores, ahora que quedamos menos nos tenemos que repartir la limpieza de la escalera y de los pasillos, si se rompe la bomba de agua cualquier arreglo toca a más dinero por cabeza porque somos menos».
Según un reciente estudio del reconocido economista y demógrafo cubano Juan Carlos Albizu-Campos, la población de Cuba cayó un 18% entre 2022 y 2023, principalmente por la migración, hasta situarse en los 8,62 millones de personas. En las ciudades, incluida la capital cubana, el éxodo se percibe hasta en la poca presencia de transeúntes en las zonas más céntricas, la asistencia a eventos culturales y las casas sin habitantes que salpican por todos lados el mapa.
- CHECALO -
«A veces sentimos ruidos en la madrugada y no sabemos si es que alguien se coló por el balcón de uno de los apartamentos vacíos»
Esa merma hace que también las brechas de seguridad atormenten a Patricio y Carmela. Como la mayoría de inmuebles en Centro Habana, el edificio de la calle San Francisco tiene una colindancia muy estrecha con otras construcciones. «A veces sentimos ruidos en la madrugada y no sabemos si es que alguien se coló por el balcón de uno de los apartamentos vacíos, si están robando o si una familia empujó la puerta para meterse».
El contraste con esas viviendas sin residentes no podía ser más marcado. A pocos metros de la casa del matrimonio, una banda amarilla aún cierra la calle San Francisco después de que el pasado 23 de junio se desplomara parte del emblemático edificio Manzanares y una docena de familias se quedara sin poder retornar a sus apartamentos. Mientras los damnificados del desplome no tienen un techo sobre sus cabezas, en el mismo barrio cada vez hay más casas vacías.
Según los datos más recientes difundidos en las sesiones de la Asamblea Nacional, el déficit habitacional supera en Cuba los 850.000 hogares, en el país existen además 8.915 cuarterías y ciudadelas donde el hacinamiento marca el ritmo de la vida cotidiana y 87.368 familias viven en casas con pisos de tierra, una de las condiciones que la propaganda oficial vinculó por décadas al «pasado republicano». Los sucesivos derrumbes por huracanes, falta de mantenimiento y deterioro suman cada mes más números a esas aciagas listas.
Dayana tiene 38 años y cuida tres casas vacías: la de su hermana, el apartamento de una prima y la casa de su ex esposo, padre de su hija de siete años. «Me he tenido que planificar, porque una casa está en Los Sitios, Centro Habana, la otra en El Vedado y la tercera en Alamar», cuenta a este diario. En los tres casos, los habitantes habituales de esas viviendas se fueron del país y «quieren vender pero no hay casi compradores ahora mismo».
La rutina de Dayana en cada caso es similar: «Voy a darle una vuelta a la casa, me paso una mañana ahí, enciendo las luces, limpio un poco, hablo con los vecinos para hacerme notar y no crean que nadie está pendiente de la vivienda. Si hay que pagar algo del concejo de vecinos lo hago, recojo los recibos de la luz, el agua o el gas que hayan llegado, me aseguro que las ventanas y puertas estén bien cerradas y le mando fotos por WhatsApp a sus dueños».
Por cada casa vacía que cuida, Dayana recibe una pequeña ayuda económica que va desde algunas recargas telefónicas hasta una transferencia trimestral a su tarjeta en moneda libremente convertible (MLC) o un envío de alimentos. «Ya les he dicho que se tienen que ir buscando a alguien para esta tarea porque una amiga de la infancia me puso el parole humanitario y es probable que antes de que se acabe el año ni siquiera esté aquí».
A su vez, Dayana tiene un apartamento en La Víbora y tendrá que buscar a alguien «que le dé una vuelta de vez en cuando». No quiere vender la vivienda porque «a los precios que están las casas ahora, que el mercado está lleno de ofertas pero poca gente tiene dinero para comprar, no vale la pena». Tampoco piensa en alquilarla. «Ni loca, metes una persona en tu casa y es un problema, todo empieza a deteriorarse y como no estás aquí para tenerle el ojo encima, cualquier cosa puede pasar».
Según las actuales tarifas, el precio que Dayana podría pedir por alquilar su apartamento «muy cuidado, con aire acondicionado en ambas habitaciones, lugar céntrico, terraza amplia, baño y cocina recién renovados y edificio tranquilo y capitalista [construido antes de enero de 1959]» sería como máximo unos 180 o 200 dólares mensuales o su equivalente en pesos cubanos. «No vale la pena por esa cantidad arriesgarse a tanto, prefiero dejar la casa vacía».
La mayoría de los alquileres para cubanos se hacen por debajo del radar de la legalidad. El propietario nunca pide una licencia como trabajador por cuenta propia, que debe pagar, para rentar la vivienda y hace pasar a los inquilinos como parientes o amigos que están un tiempo cuidándole la casa. Al no existir un contrato de arrendamiento, ambas partes cargan con mucha fragilidad.
Al no existir un contrato de arrendamiento, ambas partes cargan con mucha fragilidad
«Por ejemplo, si le alquilo a una pareja joven y a la mujer le da por parir, al niño lo van a tener que inscribir en la dirección de mi casa y entonces sí que no hay quien lo saque de aquí», explica Dayana. El Código de las Familias protege especialmente a las personas vulnerables para que no queden a merced de ser sacados de una vivienda, un argumento que disuade a muchos dueños de alquilar, de manera informal.
«Tampoco quiero sacar una licencia porque los pagos a la Onat (Oficina Nacional de Administración Tributaria) son altos y hay muchos requisitos que se pueden cumplir si uno está aquí, pero no en la distancia. No quiero estar allá afuera con esas preocupaciones en la cabeza», sentencia la mujer.
El otro gran temor es que la casa vacía termine siendo ocupada por gente necesitada que irrumpa rompiendo una puerta o colándose por una ventana. En la barriada de Alamar, en La Habana del Este, se han dado varios casos en los apartamentos que han quedado vacíos en los bloques de edificios construidos entre los años 70 y 80 del siglo pasado como morada para el «hombre nuevo».
Pared con pared a la casa de Nidia, en la zona 13 de Alamar, un matrimonio con tres hijos forzó la puerta del apartamento de planta baja y se coló en el lugar en ausencia de sus dueños. «A nadie le pareció mal porque esa gente había dejado esa casa vacía hace más de diez años y se rumoraba en el barrio que el dueño había muerto en España, nadie había venido a reclamar y las raíces de los árboles cercanos hasta habían levantado el piso de la sala».
Los ocupantes ilegales fueron recibidos con beneplácito por los vecinos, que descansaron de «la plaga de bichos y cucarachas que salía de ese apartamento, cuando el agua le entraba por las ventanas se inundaba y era un criadero de mosquitos muy peligroso. Ahora por lo menos tiene una familia que lo atiende», reflexiona Nidia. No obstante, cree que otros residentes en la cercanía que han salido del país temen que el ejemplo de esa familia necesitada se extienda a sus casas.
«Aquí de noche no se ven ni las manos, a la Policía la llamas hoy y viene mañana»
«Aquí de noche no se ven ni las manos, a la Policía la llamas hoy y viene mañana, si alguien se cuela en un apartamento vacío y el dueño no puede venir a Cuba porque está esperando su residencia en Estados Unidos o el asilo en otro país ¿Quién va a hacer todo el proceso legal para sacar a esa familia de esa vivienda?», cuestiona Nidia. «Los propietarios estamos muy poco protegidos», sentencia.
A pesar de que el número de casas vacías crece, el oficialismo se ha cuidado mucho de aludir a esa situación o de imponer alguna normativa que obligue a sus propietarios a alquilar o vender la vivienda. Los miedos a las confiscaciones de propiedades que fueron tan comunes tras la llegada al poder de Fidel Castro siguen muy a flor de piel. Enarbolar ahora un discurso del igualitarismo, en relación con las casas, desataría aquellos fantasmas.
«La gente está esperando la nueva Ley de la Vivienda que dicen que van a aprobar antes de que se acabe el año, si permiten que un cubano tenga más de dos propiedades eso puede ayudar a aliviar este problema porque el que se queda aquí podría tener más autonomía para gestionar la casa del pariente que se fue, sacar una licencia, alquilarla y hasta vivir de esas rentas», opina Nidia.
«Ahora todo el mundo está quieto en base, nadie quiere arriesgarse a meter a nadie en su casa estando lejos, pero tampoco le pueden sacar dinero por la venta porque el mercado inmobiliario está anegado y la gente con dinero para comprar lo que quiere es irse», considera. «Conozco amigos que viven en Miami y cada noche cuando se acuestan su miedo principal es que se le metan a ocupar su casa en Cuba».
«La gente prefiere meterse en un local del Estado por aquello de que lo que es estatal es de todos»
No obstante, el fenómeno de irrumpir en viviendas privadas que están temporalmente desocupadas no parece algo creciente en la Isla. ¿Por qué con tantas casas que se han ido quedando cerradas y sin habitantes en los últimos años no hay un mayor número de incidentes de familias que las ocupan por la fuerza?
Para Patricio la respuesta está en que «la gente prefiere meterse en un local del Estado por aquello de que lo que es estatal es de todos», explica a este diario. «Hay muchas oficinas, viejas naves industriales, fábricas que ya no se usan y dependencias de instituciones que están cerradas y sin usarse, también consultorios del médico de la familia o preuniversitarios abandonados en las afueras de los pueblos».
El jubilado opina que «cuando una familia toma la decisión de arriesgarse a romper una puerta y meterse en un local, prefiere que sea estatal porque tiene más posibilidades de, al final, quedarse ahí, y porque las represalias que puede tomar un propietario particular pueden ser más peligrosas». No obstante, añade que «podría empezar a darse cada vez más que los necesitados se metan en casas de emigrados, ¿Van a regresar a Cuba para sacarlos?».
Dayana, sin embargo, tiene otra mirada sobre lo que ocurre: «La gente no se mete en las casas vacías porque también quiere irse del país, lo que están buscando es una solución temporal, no echar una pelea por años con el propietario de la vivienda. Hay menos dueños que están viviendo en sus casas pero también hay menos familias interesadas en quedarse aquí».
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