La Habana/El escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez explica, en entrevista a EFE, que se ha sacado la furia y entrado en una nueva etapa «más poética» y tranquila, algo evidente en las páginas de su nuevo libro, Mecánica Popular. A sus 74 años, el autor de Trilogía sucia de La Habana y Animal Tropical asegura que ha dejado atrás el cinismo, el alcohol y la rabia, y que ahora abraza el budismo, el estoicismo y –en la literatura– la poética y la psicología del personaje.
Su última obra, recién publicada en España, es una colección de 17 cuentos cortos ambientados en la Cuba de los años 50 y 60 del siglo pasado. Estampas mínimas que sugieren más de lo que afirman, instantáneas sin moraleja, para que el lector las complete. Y todo con un nítido componente biográfico.
Gutiérrez encontró por casualidad unos ejemplares antiguos de la revista Mecánica popular –con la que aprendió a «leer y dibujar»–, y aquello fue «como abrir una puerta de la memoria» que acabó traduciéndose en este libro íntimo y en ocasiones hasta misterioso, que contrasta con la crudeza existencialista de las obras que le hicieron famoso en los años 90.
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«Ahora tengo una visión más poética de la vida. Estoy más tranquilo. He aprendido a controlar más mi vida personal»
«Ahora tengo una visión más poética de la vida. Estoy más tranquilo. He aprendido a controlar más mi vida personal y eso se refleja en lo que escribes, en todo lo que haces», relata. Dice que la vida son etapas y que, a partir de los 60, ha adoptado «una filosofía de la poesía, de la contemplación, de la meditación». El contraste con su pasado, personal y literario, es evidente: «Por suerte esa etapa ya pasó», reconoce.
«Cuando escribí Trilogía sucia, El rey de La Habana, Animal Tropical, El insaciable hombre araña y Carne de perro, los cinco libros del ciclo de Centro Habana, yo tenía mucha furia dentro de mí, mucha rabia, estaba un poco agresivo, estaba muy alcoholizado también (…). Me había dedicado –como toda mi generación– a un proyecto político que se estaba hundiendo, que estaba haciendo aguas», recuerda.
Los 90 en Cuba fueron dramáticos, pues la implosión del bloque socialista soviético arrastró a la Isla al Período Especial, con una grave escasez de alimentos y prolongados apagones, de la que el país nunca se recuperó totalmente. Aquel tiempo «brutal», dice Gutiérrez, le llevó a firmar una obra «como un macetazo en la cabeza del lector». «Esto es lo que me está pasando a mí y estoy muy defraudado, muy furioso y me siento muy engañado», resume.
Ahora es “muy diferente”, cree Gutiérrez, pese a que Cuba se encuentra de nuevo en una situación «totalmente catastrófica», plagada de incertidumbre y sin «soluciones a corto plazo ni a mediano plazo». «Ahora hay un programa de vida en Cuba que si tienes dinero prácticamente no tienes problemas. Pero si no tienes dinero, te jodiste», compara.
Pese a los cambios siempre ha apostado por la «democracia poética»
Pese a los cambios, continúa, siempre ha apostado por la «democracia poética», un concepto que condensa como «esa vocación de hacer lo que me diera la gana y olvidarme de las normas establecidas». «Yo siempre llevaba la vida con democracia poética. Vivir individualmente, con cierto sentido de irresponsabilidad. Yo creo que un artista, que un escritor, debe ser un poco irresponsable con la vida material, con la vida cotidiana, con la vida diaria. Solo eso te da una libertad de creación total, lo más amplia posible», razona.
Desde su atalaya, dice estar «extraordinariamente agradecido» con la «intensa» vida que le ha tocado vivir, pese a no haber sido siempre fácil. «La vida en Cuba ha sido una gran aventura, aventura a veces terrible, pero también es un reto. La vida mía –no estoy juzgando a mi generación ni estoy hablando en general– ha sido un reto continuo. Porque han sido situaciones tan difíciles que la vida se convierte en un desafío constantemente», reflexiona.
Sobre proyectos futuros, el escritor no se siente con fuerzas para imponerse una nueva novela. Sí que tiene entre manos una suerte de memorias, pero confeccionadas no de forma cronológica –pues ya lo intentó en la pandemia y le resultó un «ladrillo»–, sino en forma de «cápsulas» que puedan tener «interés».
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