Peralada/La compañía cubana Acosta Danza ha reivindicado en el Festival de Peralada (al noreste de España) su voz propia, construida a base de trabajo liderado por Carlos Acosta, a través de la propuesta ‘Folclor’, tres coreografías que son ejemplo de mestizaje.
Los bailarines han ejecutado a la perfección la mezcla que buscaba Acosta desde la dirección artística al recurrir a coreografías de Suecia, España y Cuba. Pero también al saltar del estilo más clásico al más contemporáneo.
Ese cóctel de influencias refleja la identidad cubana y, en consecuencia aunque de forma intencionada, la de una compañía que se ha convertido en habitual de Peralada, donde se le nota la comodidad de saberse un poco en casa.
- CHECALO -
A la compañía Acosta Danza se le identifica ya esa voz propia, pese a construirla desde la simbiosis que abarca también la tradición y la vanguardia. Carlos Acosta abraza todas las influencias, sabedor de que Cuba las ha integrado a partir de su propio folclore, y las ha sabido trasladar a este espectáculo con tres coreografías muy diferentes.
A la compañía Acosta Danza se le identifica ya esa voz propia, pese a construirla desde la simbiosis que abarca también la tradición y la vanguardia
En la previa, ya explicó que el objetivo era “desbordar fronteras”, así que, para empezar, recurre al coreógrafo sueco, Pontus Lidberg, con ‘Paysage, soudain, la nuit’. Donde once bailarines le ponen movimiento a una partitura de un grande de la música cubana como es el guitarrista Leo Brouwer, cuyas piezas se interpretan a todo lo ancho del mundo.
La combinación ya es explosiva de inicio con una mezcla bien conseguida y pensada para introducir de lleno al público en la propuesta de Carlos Acosta.
Lidberg festeja la juventud en esta pieza y el ritmo que impone durante algo más de un cuarto de hora es frenético y contagioso, gracias también al trabajo en la escenografía de la cubana Elisabeth Cerviño.
La segunda coreografía lleva el sello español de Rafael Bonachela pero, por si la interpretación de una compañía cubana no fuese suficiente mestizaje, la música corresponde a la mexicana Chavela Vargas y al letón Gidon Kremer, con su homenaje a Piazzolla.
‘Soledad’ es el nombre de la concepción de Bonachella, donde la vivencia latina del amor toma el escenario para mostrar esa pasión que mundialmente se le atribuye desde la sensualidad sin renunciar a la elegancia.
Tanta intensidad reclamaba un descanso concedido por Carlos Acosta antes de reanudar el espectáculo con una última propuesta, ‘Híbrido’, de los cubanos Norge Cedeño y Thais Suárez. La voluntad de amalgamar estilos e influencias alcanza el cénit en esta coreografía cuyo nombre ya deja bien a las claras el objetivo a alcanzar.
Tradiciones africanas de los esclavos llegados desde aquel continente a América, que abarcan de la música a la santería, las convierten nueve bailarines -a lo largo de casi media hora- en una danza visiblemente contemporánea inspirada en el mito de Sísifo.
La combinación es explosiva de inicio con una mezcla bien conseguida y pensada
Aquel rey mitológico fue condenado a empujar una roca desde la base de una montaña hasta la cima, para verla rodar de nuevo hacia abajo, sin posibilidad de impedirlo y con la condena de tener que repetir la tarea en un bucle sin final. Sísifo repite una y otra vez su duro trabajo sin darse nunca por vencido y esa lectura es la que está detrás de ‘Híbrido’, donde la danza es la herramienta para combatir la desazón.
Una isla convertida en metáfora sutil de Cuba revela sus misterios a medida que avanza la coreografía, que transita desde la electrónica a los ritmos yorubas y que incluye un dúo hipnótico.
Peralada, que periódicamente se viste de cubano de la mano de Acosta, ha confirmado una vez más la confianza y la fidelidad que mantiene con una compañía que, en nueve años, ha sido capaz de dotarse de voz y nombre.
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