Matanzas/La realidad de quienes viven en la periferia de la ciudad de Matanzas no aparece en postales y mucho menos en la prensa o las emisoras oficialistas. Casas a duras penas habitables –construidas con materiales precarios–, falta de servicios básicos, aguas estancadas y basura es el paisaje que ve cada mañana Octavio cuando transita por los caminos sin pavimentar hacia su trabajo.
El barrio improvisado en el que viven Octavio y su familia solía ser un vertedero y está situado a apenas ocho cuadras del Parque de la Libertad, en el centro de la ciudad. Hace once años, cuando el hombre de 57 años llegó desde Camagüey con su esposa e hijo buscando “abrirse camino”, la zona era muy distinta a lo que es hoy.
“Donde yo vivo actualmente antes había un basurero enorme, muy cerca del río San Juan. Poco a poco y con mucho esfuerzo, fui levantando bloque sobre bloque y pude echar un techo de placa. Pasé bastantes dificultades para conseguir la propiedad del terreno, y al final tuve que dar mucho dinero por la izquierda para lograr tener mi casa”, cuenta a 14ymedio.
Octavio no eligió Matanzas por casualidad, sino que se apoyó en una sobrina que vivía en la ciudad para que lo ayudara a establecerse- CHECALO -
Octavio no eligió Matanzas por casualidad, sino que se apoyó en una sobrina que vivía en la ciudad para que lo ayudara a establecerse. Ahora que logró construir la vivienda, aunque solo ha levantado tres habitaciones, y cambió su dirección a una matancera, se siente más tranquilo. “Por lo menos ya no nos pueden decir ‘ilegales’ ni mandarnos para Camagüey”, explica.
Lo que al camagüeyano le ha tomado más de una década algunos en situaciones peores nunca lo logran, y los caseríos periféricos, que comenzaron como pequeños asentamientos de una o dos viviendas improvisadas, en poco tiempo se han expandido hasta los límites de barrios como Versalles, La Marina o Peñas Altas. “Yo soy afortunado, porque incluso logré tirar una placa, pero muchas personas viven en cuarticos de zinc de dos o tres metros cuadrados, a veces sin agua y corriente”, lamenta.
La descripción de Octavio coincide con la situación de Yuneisy, una madre soltera de 27 años. La jóven llegó hasta Matanzas en 2022 con su pareja, y juntos construyeron un pequeño llega y pon de placas de zinc y algunos bloques en el que ahora reside sola con su hija. “Nosotras vivimos a unos diez metros de la línea del tren. Mi casita está hecha con lo que se encontró en el momento y hay una única habitación, con una hornilla eléctrica para cocinar. Mi niña y yo nos bañamos ahí mismo, y hacemos nuestras necesidades afuera”, narra Yuneisy.
El año pasado, la joven acudió al gobierno provincial para plantear su problema de vivienda y, aunque las autoridades le aseguraron que están “analizando” la situación, hasta el momento no le han ofrecido alternativas concretas. “Estamos pasando muchas necesidades, pero si regresamos a mi pueblo será peor, porque allá no hay esperanza de nada”, dice la santiaguera.
Dentro de la ciudad la situación no es tan precaria, pero el fondo habitacional y los vecinos padecen otros males. A falta de viviendas muchas familias se han instalado en cuarterías y patios interiores, donde no llegan los ojos de los inspectores. Viven hacinadas, con hasta cuatro generaciones compartiendo una casa pequeña, y la escasez de materiales –o los elevados precios– frenan la construcción de hogares propios o su reparación, por lo que muchísimos edificios se encuentran en un estado lamentable.
Para quienes alquilan, el panorama es incluso peor. “Llevo varios años en un alquiler, porque con el salario de un profesional como yo no se puede construir ni un cuarto”, cuenta Marcos, un joven que se mudó a la cabecera provincial desde el municipio de Jagüey Grande hace siete años.
“El precio de las rentas ha subido exageradamente. Hoy lo más económico que se puede conseguir es un cuarto por 5.000 pesos, sin nada dentro y en un lugar malo. Un alquiler decente está costando como mínimo 10.000 pesos. Por no hablar de alquilar casas o apartamentos, que están por encima de los 15.000, y muchas de ellas en dólares o MLC (moneda libremente convertible)”, enumera el joven maestro de una primaria, que ha debido buscar “trabajitos extra” para pagar la renta y otros gastos.
Marcos cuenta que hace algunas semanas, aprovechando el inicio del verano, fue hasta Varadero con algunos amigos. “Es increíble ver cómo todo se cae a pedazos en Matanzas mientras allá cada vez que voy están levantado uno o dos hoteles nuevos”, se indigna. “Aquello de levantar una casa diariamente –una promesa que el régimen no ha vuelto a mencionar desde 2019– terminó siendo un derrumbe al día”.
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