La Habana/Hay 33 grados en La Habana y el pavimento de la Alameda de Paula reverbera de calor. Pelear cerca de la bahía, en lugar de refrescar el cuerpo, hace que al sudor se sumen la incomodidad del salitre y las miradas de los curiosos. Es casi mediodía y pica el hambre, pero el ruso sigue empeñado en que el cubano le enseñe a boxear.
Ambos tienen menos de 30 años. El cubano habla poco –lo justo para corregir una pose o un movimiento–; el ruso marca cada intento de jab con imprecaciones en su idioma. La verdad es que, al menos de momento, no parece tener ni habilidad ni potencia. Con la espalda recta y los pies afincados en un círculo marcado con colores, el maestro sostiene las manoplas contra las que arremete el estudiante.
El ruso viste zapatillas deportivas y ‘short’ de marca. Frente a él, con una sencilla indumentaria, está el cubano- CHECALO -
El ruso viste zapatillas deportivas y short de marca. Under Armour, a juzgar por el ostentoso logotipo que brilla con el mediodía habanero. Frente a él, con una sencilla indumentaria y zapatos planos, está su instructor.
A pocos pasos –siempre bajo vigilancia, porque La Habana está llena de niños “ninjas”– una bolsa negra guarda una carísima consola de XBox. No son pocos los videojuegos que, guante de juguete en mano, enseñan movimientos digitales al boxeador amateur. Quizás al ruso le vaya mejor en el Xbox, pero en la práctica aún le queda camino por recorrer.
Mirados así, en la orilla de la bahía habanera, un ruso y un cubano que boxean podrían ser un símbolo del reencuentro entre ambos países. Pero en política y, sobre todo, en materia económica, a diferencia del deporte, es Moscú quien manda y da lecciones a La Habana. Cuando Cuba extiende el brazo hacia Rusia no es para lanzarle un gancho a la barbilla, sino para pedir limosna.
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