Tres veces capital imperial, mitad europea, mitad asiática, la ciudad de Estambul encanta con sus palacios y mezquitas.
Turquía es un país musulmán donde hay libertad de culto y donde las mujeres trabajan a la par del hombre. Además de que pueden vestirse como quieran, incluso pueden elegir si usar el velo o no. Por eso, en las calles de Estambul, la primera muestra de que estamos en una ciudad musulmana no es la ropa de sus mujeres, sino el canto del muecín que llama a la oración desde el minarete.
Hay 2562 mezquitas en la ciudad y el muecín canta cinco veces, la primera al amanecer, la última con el último rayo de sol. Cada canto es diferente y, dada la proximidad entre las mezquitas, suele escucharse más de uno a la vez. Es un concierto inesperado y conmovedor que se escucha en todo Estambul, pero especialmente en Sultanahmet, el barrio antiguo y más bajo de la ciudad.
La idea de “barrio antiguo” en Estambul resuena de manera especial. Capital del Imperio Romano en el siglo III, del Imperio Bizantino hasta 1453 y del Imperio Otomano desde 1453 hasta 1922, cuando comenzó la república, no se presenta como una escenografía del pasado, sino que aquí, esos gloriosos palacios, mercados y mezquitas de los siglos III al XVIII, siguen siendo el marco de la vida cotidiana de sus habitantes.
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La ciudad entre dos continentes
El Bósforo es un canal azul que no sólo divide a Estambul en dos, sino que marca el fin de Europa y el comienzo de Asia. Sólo aquí es posible tomar un café en Europa mirando el continente asiático. El Bósforo une el mar de Mármara –que a su vez es parte del Mediterráneo– al sur, con el mar Negro al norte. En sentido norte-sur circulan grandes buques cargueros, mientras que un centenar de embarcaciones pequeñas y lanchas colectivas cruzan frenéticamente en sentido este-oeste, llevando y trayendo locales y turistas de Asia a Europa. Tres puentes cruzan el Bósforo pero el tránsito en Estambul es bastante infernal, por lo que cruzar por agua siempre es más práctico.
En el inicio del canal, junto al Mármara, un estuario con forma de cimitarra se adentra en tierra europea, es el Cuerno de Oro. Sulthanamet está de un lado y el barrio de Karakoy y la torre Gálata, ícono de Estambul, del otro. Cruzar el puente a pie es uno de los paseos para hacer, sobre todo en primavera. En Karakoy se suceden los puestos de comida callejera, entre ellos el wrap de pescado frito y las papas rellenas, perfectas para seguir caminando hasta la torre entre mordisco y mordisco.
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Estambul, hogar de Patrimonios de la Humanidad
La torre Gálata, cerrada temporariamente para reforzar su estructura después del último terremoto, fue construida en 1348 por los genoveses. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 2013, fue el punto más alto de la ciudad durante siglos y sitio estratégico desde donde controlar el Cuerno de Oro y el Bósforo. Muy cerca está la calle peatonal Itsiklal con negocios de ropa, heladerías, cafeterías, restaurantes y puestos de shawarma. El único vehículo que circula es un antiguo tranvía rojo de un vagón al que se puede subir sin pagar boleto.
El barrio de Sultanahmet también fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Allí están la Mezquita Azul y la Ayasofia separados por jardines. Ayasofia, traducida como Santa Sofía pero no por la santa cristiana, sino por la devoción por el conocimiento, es de 336. Fue una catedral católica bizantina hasta 1453 cuando, con el triunfo de los otomanos, se convirtió en mezquita. En su interior pueden verse preciosos mosaicos bizantinos junto a construcciones del perídoso otomano como el mihrab (lugar que indica hacia dónde está La Meca) y el minbar (púplito desde donde el imán da su sermón) en el interior, y cuatro minaretes en el exterior. Fue la catedral más grande de la cristinandad durante mil años y la mezquita más importante de Estambul por otros quinientos. Fue museo desde 1935 hasta 2020 cuando volvió a funcionar como templo religioso.
Frente a Ayasofia, la belleza de la Mezquita Azul deja sin aliento. Construida en 1609, la luz natural que entra por más de doscientas ventanas pequeñas, ilumina las cúpulas revestidas con más de 20.000 azulejos de cerámica hechos a mano, con más de cincuenta diseños diferentes de tulipanes, otras flores, frutas y cipreses. A diferencia de Occidente donde las figuras humanas dominan los templos, en las mezquitas el arte sacro pasa por la simetría, el diseño, la filigrana y el festival de colores que sacude los sentidos.
Lugares imperdibles dentro de la capital
A pocas cuadras está el Gran Bazar, un mega shopping desde 1464, que alberga cincuenta y ocho calles y cuatro mil tiendas. Es entrar y no salir más. Anillos de plata, “ojos turcos” (amuletos clásicos contra la mala suerte), faroles de vidrio de colores, tableros de backgammon de madera y nácar, narguiles, esencias y productos para el baño turco o “hammam” son lo que más abunda. El bazar se caracteriza por vender falsificaciones de grandes diseñadores de excelente calidad, sobre todo carteras “Fendi”, “Ferragamo” o “Hermes”, de auténtico cuero, a una décima parte de su valor. La regla de oro es regatear diez minutos como mínimo.
En Sultanahmet también está el Palacio de Topkapi, que fue el centro administrativo del Imperio otomano desde 1465 hasta 1853. Un entramado de edificios, unidos por patios y jardines que suman 700.000 metros cuadrados y que están rodeados por una muralla bizantina. Las cocinas del palacio estaban preparadas para cocinar para 4000 personas y puede verse una de las exposiciones de porcelana y cristal más importantes del mundo, compuesta de unas diez mil setecientas piezas de altísimo valor. Otra sala que apabulla es la de los Tesoros.
Un lugar de ensueño
Todo lo que los ilustradores de cuentos infantiles dibujaron sobre las Mil y Una noches, es poco en comparación a lo que se exhibe: un trono de oro macizo con 25,000 perlas incrustadas; la Daga Topkapi, la más cara del mundo de oro con diamantes, esmeraldas y piedras preciosas; el Diamante del Cucharero, el tercer diamante más grande que se halla encontrado, suntuosos trajes con hilos de oro y esmeraldas arrojadas como racimo de uvas, sólo para decorar. Entonces se entiende por qué los objetos están en vidrieras blindadas y el ejército custoria este palacio.
Y a los circuitos de Sultanahmet y Karakoy, hay que sumarle un paseo en barco por el Bósforo, como los de la lancha colectiva “hop on-hop off”, que sale del puerto de Kabatas y va parando en puntos estratégicos a uno y otro lado del canal. Desde el agua, pueden verse del lado europeo el opulento palacio Dolmabahce, el palacete del hotel Four Seasons donde, hace siglos vivieron los criados del Palacio Cigaran. Pasando el puente colgante Bósforo, está el Palacio de Beylrebeyi de la orilla asiática que merece una visita. Fue el palacio de verano de los últimos sultanes y su decoración está intacta. Frente a Beylerbeyi, está la pequeña y preciosa mezquita de Ortakoy, de mármlo blanco refulgente, a donde los sultanes se cruzaban en góndola para rezar.
Los alrededores de la mezquita, por la noche, son centro de gran movimiento, con restaurantes y puestos de venta ambulante de kebabs, shawarma, fruta fresca, mejillones con limón, artesanías y souvenires.
Orgullosa de su pasado imperial, Estambul cautiva de cualquiera de sus orillas.
Este texto fue escrito por Silvina Pini y las fotos son de Mario Cherrutti. Puedes conocer más de su trabajo en @cherruttipinitravelers
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