Cuando ¡Olvídate de mí! — Eternal Sunshine of the Spotless Mind — se estrenó en 2004, la comedia romántica y en general, el romance cinematográfico, había perdido buena parte de su esplendor. Atrás habían quedado los grandes clásicos de la década de 1990 y de hecho, el intento de revitalizar el género, había sido, al menos, infructuoso. De modo que la premisa de Michel Gondry, basada en una idea de Pierre Bismuth, era al menos arriesgada. No solo no se trataba de una historia de amor tradicional. Además, era una en la que el principal punto de partida era el tortuoso proceso del desamor.
De hecho, buena parte de la cinta se basa en una perspectiva del amor agria. Tan amarga, como para el principal ingrediente de la trama, fuera de la desesperación, la amargura y la tristeza de la ausencia. El propio director contó en Vanity Fair, que su intención era contar lo que nadie desea admitir. La desesperación que provoca una relación al romperse o en el mejor de los casos, las heridas emocionales que deja a su paso la desesperanza.
Pero contar una visión así, requería que la historia transitara por lugares por completo nuevos del drama y el romance. Al menos, que pudiera profundizar en poco comunes del tema. Por lo que Gondry y Bismuth imaginaron un escenario de ciencia ficción imposible. ¿Qué podría ocurrir si alguna vez la tecnología permitía extirpar los malos recuerdos en un procedimiento casi médico?
Un giro sorprendente para una historia universal
Esta fue la idea que recibió el escritor Charlie Kaufman y que comenzó a trabajar en 1998. Era una época en que la ciencia ficción disfrutaba de un nuevo auge y el argumento de la futura película, parecía ser en exceso parecido a otras cuantas. De hecho, mucho del retraso que sufrió la producción de la cinta, se debió al estreno de Memento (2000) de Christopher Nolan.
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En especial, por las semejanzas que parecían tener entre ambas. Tanto una cinta como la otra, exploraban en el fenómeno de los recuerdos y el punto de vista subjetivo. Y ambas, estaban basadas en la desesperación de su personaje central para recordar. Por lo que el guion sufrió escritura tras reescritura, para encontrar su propia perspectiva individual del tema. Focus Features, se resistió a financiar el proyecto hasta que Charlie Kaufman diera el blanco con una trama original. O al menos, en que fuera la emoción — que no la memoria — el principal ingrediente del relato.
De modo que este se concentró en la relación de la pareja. Poco a poco, la trama se alejó de la posibilidad de ser un thriller — como se le concibió en algún punto — para enlazar con ideas más existencialistas y espirituales. Para finales del 2001, el tronco central del guion, con el drama de dos amantes separados por la memoria rota, comenzó a tomar forma. El guionista consiguió conservar el escenario de ciencia ficción — uno de los puntos en disputa — y acentuar su tema central. En otras palabras, que la ciencia pudiera intervenir dentro para sanar el desamor. En cualquier caso, intentar hacerlo.
Un romance para una generación cínica
El título en inglés de la película, Eternal Sunshine of the Spotless Mind, proviene de un poema de Alexander Pope escrito en 1717. Con el título Eloisa to Abelard, se trata de un texto que profundiza en la angustia de la pérdida y la necesidad de la búsqueda de un lugar en medio de la tragedia, para el amor. Para Kaufman, era de imprescindible que la cinta fuera una dimensión poco explorada del romance. En específico, un tipo de visión de las emociones, que necesariamente mostrara el lado doloroso de la pérdida.
Por lo que la película, se enfocaría en Joel, un personaje con el corazón roto que se convertiría en el hilo del enmarañado relato. Este, acude a una empresa para borrar su memoria y así espera, recuperar la tranquilidad. Lo que convierte al punto de vista del personaje en la forma de entender todos sus puntos complejos. Más allá, sería el centro de un vaivén de información que Kaufman convirtió en una alegoría trágica sobre la ruptura.
El dolor y el desamor desde una nueva óptica
Eso, gracias a la ficticia empresa Lacuna, Inc., que en la trama, ofrece el asombroso servicio de modificar los recuerdos al gusto del consumidor. Joel decidirá someterse al procedimiento luego de descubrir que su exnovia lo ha hecho. Por lo que la cinta avanza en la versión de su protagonista sobre la pérdida de la memoria, de los sentimientos más profundos y la soledad que algo semejante deja a su paso.
Para el director, se trató de una proeza encontrar una manera de narrar una historia de amor que se cuenta a través del olvido. Poco a poco, la película se convirtió en un híbrido agrio entre la ciencia ficción — que moduló el tono dramático — y una exploración sobre el sentido de la existencia.
Pero en realidad, el punto más firme del argumento, el más entrañable y poderoso, era el romance entre dos personas destinadas a estar juntas, a pesar de todo. Una premisa que para Kaufman era necesaria explorar desde todos sus puntos de vista. Por lo que la química entre sus protagonistas, era de considerable importancia.
Una pareja para la historia del cine
Luego de casi un año de audiciones, la producción dio con los actores perfectos para sus personajes, lo que llevó, además, a una decisión de casting que todavía resulta memorable. Aunque Kate Winslet parecía la elección obvia para la apasionada e impredecible Clementine, la elección del comediante Jim Carrey para su amante, Joel, sorprendió a Hollywood. Por entonces, el actor tenía una filmografía con un tipo de comedia física muy específica, así que el papel de un hombre con el corazón roto y perpetuamente deprimido, no parecía ser ideal para él.
Pero, no solo lo fue. A la vez, permitió al actor profundizar en un tipo de historia que exigió, pudiera reflexionar incluso sobre su propio cuadro depresivo y sus problemas emocionales. El personaje dio a Jim Carrey un tipo de reconocimiento que hasta entonces no había obtenido. También, la oportunidad para profundizar, analizar y mostrar que el amor puede ser tanto un ideal como una necesidad imperfecta y desesperada.
Al final, el amor es la respuesta
Juntos, Winslet y Carrey lograron una química en pantalla que sorprendió y emocionó a sus fanáticos. A la vez, hizo de la película una rara mezcla entre el dolor, la necesidad y el deseo. Todo, con un tono urbano y una puesta en escena onírica que se volvió casi un género en sí mismo. Para el momento de su estreno, ¡Olvídate de mí!, se volvió un hito del romance contemporáneo.
A la vez, la puerta abierta para narrar el amor desde un punto novedoso y audaz, que abrió cientos de posibilidades con respecto a los relatos parecidos. Un legado que todavía es parte de la historia de la cinta y lo que sigue haciéndola, una joya del cine para los eternos románticos apasionados por el cine.
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