Matanzas/La idea de que las tiendas en moneda libremente convertible se hicieron para abastecer los mercados en pesos es un mantra que se repite, con ironía, Valeria cuando entra a uno de esos comercios en Matanzas. Las vitrinas medio vacías, las tablillas con precios impensables y el mendigo que duerme en el portal le hacen dudar si entrar o no. Pero en un país desabastecido, que se mueve en dólares, no hay otra opción.
«Sinceramente, yo puedo venir a comprar de vez en cuando porque mi hijo me envía algún dinero desde Estados Unidos. Si no fuera así, tendría que conformarme con ver desde la calle las vidrieras de las muchísimas tiendas que han abierto, sin que la mayoría del pueblo pueda ni siquiera entrar», cuenta Valeria a 14ymedio. Según la matancera, en la ciudad los comercios en divisas proliferan «como si fueran hoteles» aunque no haya mercancía ni clientes con el bolsillo lo bastante amplio como para permitirse ser asiduo de estos locales.
«Mi sobrino, que trabaja como arquitecto, me ha dicho que muchos proyectos se han visto parados porque el lugar que imaginaban iba a ser para presentaciones culturales o de disfrute social se convierte en una tienda en MLC. La propia esquina de la calle Ayón, donde todos pensamos que iban a abrir un centro cultural, de un día para otro nos sorprendieron con otra tienda de estas», lamenta.
Para quienes poseen la divisa, encontrar lo que buscan tampoco es tarea fácil. «Estos comercios siempre tienen problemas para abastecerse y muchas veces nos llegan productos que nadie va a comprar por sus altos precios o porque no son del gusto de los cubanos», explica el administrador de uno de estos locales. «Yo mismo me canso de pedir la reposición de los productos agotados y no recibo ninguna respuesta efectiva. Entonces, lo que hacemos es llenar los estantes con productos repetidos para que el salón no se vea vacío», señala.
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«Tampoco viene demasiada gente –los que tienen familia en el exterior que les mande remesas y los que consiguen dólares en la calle para comprar un artículo específico–, por lo que muchas veces los productos más caros se estancan», añade. «Mira este fogón de cuatro hornillas con horno qué bueno está, pero cuesta 395 MLC. Ni cambiando en dólares el salario del año entero puede comprarlo la gente».
Las tiendas en MLC también se han convertido en punto de venta de productos de la canasta básica, como los anhelados paquetes de pollo o las, ya desaparecidas del mercado racionado, botellas de aceite. El problema es, según Antonio, un jubilado, que «eso se ha convertido en pasto para negocios ilegales con la comida de la gente. A varios metros de mi casa vive el administrador de uno de estos locales. El mismo pollo que compramos aquí, luego su mujer lo vende al doble del precio original», se queja.
«Para colmo, con las compras normales también hay que ser cuidadoso y mirar el comprobante. Varias veces he tenido que reclamarle a los dependientes que me cobraron más de lo que vale el producto», añade. Otro truco común es la venta, por la izquierda, de electrodomésticos con mucha demanda, como refrigeradores, freezers, microondas y consolas de aire acondicionado. «Llevo dos meses anotado en una lista de la tienda para comprar una nevera, que además salen carísimas, y ya han entrado dos veces y todavía no he podido comprarla», resume Antonio, que intenta adquirir el equipo para su hija.
«La cosa es que, si vienen 15 equipos, la tienda vende cinco a la gente y los otros 10 los despachan a amistades o personas que les paguen con dinero o favores por guardarles la nevera. A este ritmo me voy a morir antes de poder comprarla», asevera.
Parte de esos electrodomésticos, terminan siendo vendidos a través de las redes del mercado negro, a precios más altos, muchas veces en efectivo en dólares aunque con la ventaja del traslado hasta el domicilio del cliente. Los comerciantes informales también aceptan pagos a través de una amplia gama de canales, que incluyen algunos como Zelle de Estados Unidos o Bizum de España.
Por su parte, los trabajadores de estos comercios aseguran que ellos también tienen su propia sarta de problemas. «Además de controlar a los clientes que se acumulan furiosos cuando llega algún producto demandado o recibir las quejas e insultos de otros por el desabastecimiento –que no es nuestra culpa–, los portales de las tiendas MLC se han convertido en lugares que frecuentan los mendigos», dice Miriam, quien ha trabajado durante 12 años como vendedora primero de una Panamericana y ahora de un local en divisas de la cadena Caribe.
A lo que hay que agregar que el pago en tarjeta ha eliminado casi por completo la propina que los empleados de las tiendas estatales recibían cuando se pagaba en efectivo y todavía circulaba el peso convertible. Ahora, en muchos de estos locales en MLC, los trabajadores han colocado una caja con billetes en moneda nacional para sugerir a los clientes que pueden dejar algo de dinero, pero la generosidad de los compradores resulta escasa.
«Me da mucha pena con la gente que viene a pedir limosnas, pero aquí nos tienen a nosotros, que, vendamos lo que vendamos, ganamos lo mismo: una miseria», explica. Miriam recuerda particularmente a una anciana que con frecuencia se instalaba en el portal de su comercio. «Nos decía que tenía que mendigar porque no tenía pensión y necesitaba comprar comida para su hija enferma de los nervios. Ese día la ayudé con lo que pude, pero la vida no da para más. Mejor o peor, casi todo el que llega a esta tienda –ya sea por lo que gasta o por lo que no encuentra– es digno de lástima».
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