La forma en que redactamos un texto es cada vez más dinámica. Junto al clásico binomio del lápiz y el papel, coexisten las formas automatizadas. No terminamos de familiarizarnos con el uso del autocorrector y del verificador de sintaxis en los dispositivos electrónicos, cuando aplicaciones basadas en algoritmos de reconocimiento de voz y de imagen toman protagonismo, convirtiéndose en un “asistente virtual” que puede generar una frase o una novela completa en minutos.
Recursos digitales que, sin lugar a duda, reducen nuestro tiempo de consulta en fuentes de información y optimizan, dicen muchos, el esfuerzo físico aplicado. No obstante, “en gustos se rompen géneros”; los que optan por el proceso de redactar en papel, se esfuerzan día a día para mejorar el trazo, reflexionan la forma de decir más con menos palabras, o disfrutan, simplemente, al revisar el texto. En fin, de forma manual o digital ¿de dónde surge la motivación por escribir?
La motivación por escribir nunca está limitada por nuestro oficio o profesión. Como parte de la estrategia de supervivencia, desde la infancia es necesario aprender a comunicar ideas a través de la voz o de recursos gráficos. Entonces escribimos, como una necesidad innata para ser parte de nuestro contexto social. Así que comunicar ideas de forma gráfica es una capacidad cerebral compleja que requiere coordinación motora y agudeza cognitiva.
Al cerebro le fascina estar activo. Las neuronas que lo integran buscan comunicarse entre ellas y con las células de otros órganos, a través de mensajes codificados en impulsos eléctricos y neurotransmisores, pero requiere de estímulos internos y externos para activar el circuito. El proceso creativo para redactar un texto es por sí mismo un estímulo positivo, así que se activan dos circuitos íntimamente relacionados: el motor y el cognitivo. ¡Entonces el carnaval químico comienza!
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Neurotransmisores como la dopamina, serotonina y el ácido gamma amino butírico (GABA) son liberados para indicar a las células como proceder. Por ejemplo, la dopamina es clave para la ejecución del movimiento que implica escribir o dar un “click”. La producción de ésta molécula, e incluso de la serotonina y las endorfinas, puede ocurrir todo el tiempo que sea necesario para mantener la motivación y el bienestar, hasta que el circuito es “apagado” por el GABA.
Sin duda el componente motor es crucial para el producto físico, pero el componente cognitivo es fundamental para la consolidación del “gusto por hacerlo”. Escribir por placer, por profesión, o por ambas, requiere capacidades cognitivas óptimas, es decir, el ejecutante debe ser proactivo para la resolución de problemas, además de poseer habilidad de razonamiento y buena memoria. Por lo que, quien escribe bien, reflexiona, se autocrítica y busca siempre nuevas formar de comunicar.
Entonces, para el cerebro, escribir es divertido porque le produce placer. Retemos a las neuronas a ser cada vez más comunicativas, eso redundará en una buena salud mental (incluso a edades avanzadas), y seguramente estimados lectores, en textos que despierten emociones.
*Instituto de Neuroetología y Facultad de Química Farmacéutica Biológica región Xalapa, UV.
Nota publicada en Diario de Xalapa
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