Alamar (La Habana)/Si no fuera porque todos los habaneros saben de qué se trata, las rampas de El Golfito –antaño un centro recreativo de importancia en Alamar– podrían pasar por un yacimiento arqueológico. El trabajo que desde hace varias semanas realiza una brigada estatal es muy similar al de los colegas de Indiana Jones: desempolvar, reconstruir, chapear y quitar la maleza de muchos años de abandono.
El año pasado, cuando una periodista veterana se quejó, en su columna de Tribuna de La Habana, del deterioro de El Golfito, se llamó enseguida al orden y justificó a los dirigentes: en un país en crisis no se puede destinar dinero a lugares “para compartir”. “¿Costaría tanto arreglar estos centros recreativos que le permitirían a la población tener una más activa vida cultural?”, preguntaba. “La respuesta es sí”.
No obstante, las “buenas nuevas” económicas que esperaba la columnista parecen haber llegado. El Golfito –incluyendo su campo de golf en miniatura– es ahora, según explica a 14ymedio Rolando, uno de los empleados de las obras, “un proyecto comunitario” del Estado y será inaugurado “a inicios del verano”.
Ya era hora, opina Rolando, de que se hiciera algo con esa zona, donde las ruinas de El Golfito son una de muchas- CHECALO -
“La entrada será a 200 pesos para los mayores de 12 años y gratuita para los más chiquitos. Toda la oferta será en pesos”, asegura el hombre. En los alrededores de El Golfito –donde ya se distinguen las rampas y se han destupido los hoyos– habrá “una cafetería, un ranchón, columpios, un cachumbambé y estamos sembrando plantas”.
Ya era hora, opina Rolando, de que se hiciera algo con esa zona, donde las ruinas de El Golfito son una de muchas. El abandono ha costado caro. “Hace varios años”, cuenta, “una niñita que estaba jugando en uno de los ‘castillitos’ murió porque se derrumbó la estructura”. Rolando no sabe dar detalles del caso, pero uno de sus compañeros, que escucha la conversación, lo reconviene: “Estás hablando de más”.
El compañero de Rolando sigue su regaño con un argumento a favor de la brigada: “Mira lo que estamos haciendo”, dice, apuntando a la hierba chapeada y a la cerca que están tendiendo alrededor del perímetro del pequeño campo. De momento, el avance es poco y el lugar sigue pareciendo una excavación.
Más allá de El Golfito, ya en Cojímar, junto a la playa se levantan todavía varias estructuras ruinosas con aspecto futurista. Se trata de antiguos quioscos circulares, hoy destartalados, donde antes se vendía comida y refrescos a los bañistas. “Recuerdo las cafeterías, los vendedores de fiambres, de maní, las sombrillas de guano, la arena de relleno que cada año recibía este pedazo de arrecife para hacernos la vida más llevadera”, añoraba en su artículo la periodista oficial.
En la costa, el panorama es todavía más desolador. Sobre la franja de arena cuyo límite marca el Torreón de Cojímar –un “castillito” del siglo XVII contra los piratas y enemigos navales de la Isla– se acumulan montañas de basura. A nadie se le ocurriría bañarse ya en la playa que inspiró una de las novelas más célebres de Ernest Hemingway, El viejo y el mar, y que fue el lugar por donde, en 1762, los ingleses comenzaron su asedio a La Habana.
Otra invasión, la de los vertederos, lleva varios años afectando la salud de los que habitan a la vera del mar. Pomos, jabas de nailon, trozos de ropa y toda clase de desperdicios ocupan ahora el lugar de las tumbonas y sombrillas de antaño. De los bañistas, ni rastro. Cojímar y Alamar, dos nombres que evocaban La Habana playera y de sol, han acabado tan “salaos” como el pescador cuyo fracaso contó Hemingway.
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