La Habana/Hasta el oportunismo se desmorona. Llevar la máscara ideológica significó en Cuba, por décadas, obtener réditos y beneficios, pero de un tiempo a esta parte parece costar más de lo que reporta. Esta mañana supe de una antigua funcionaria, vinculada a la propaganda en los medios oficiales, que aguarda diligentemente porque le aprueben el parole para mudarse a Estados Unidos. La noticia, en lugar de rechazo o molestia, ha provocado felicitaciones entre sus antiguos colegas del núcleo del Partido Comunista.
«¡Tremenda suerte que tiene, se va!», me ha dicho con un toque de envidia otro militante, ya jubilado y que carece de quien lo reclame al «otro lado del charco». Según le ha asegurado la futura migrante a sus amigos, alternará su vida entre Miami y La Habana, pero todos intuyen que es un viaje sin auténtico retorno. «En unos añitos, de seguro, publica en Facebook la foto con la bandera de las estrellitas al lado de una imagen de la Estatua de la Libertad, tras nacionalizarse», vaticina el pensionado.
Desde la ventanilla del avión, por allá arriba, esbozarán una sonrisa de alivio- CHECALO -
Aunque el fenómeno ha sido bastante común en los últimos años, no deja de sorprender la velocidad con que algunos cubanos cambian el carné rojo del PCC por la residencia en la yuma. Con el mismo entusiasmo que se alistaban para participar hasta hace poco en actos oficiales, preparan la maleta y se van al aeropuerto. La celeridad con que se desprenden de la piel del simulador está causando un cisma en las filas de los que dicen, aún, apoyar al sistema.
Las reuniones partidistas, los actos públicos y los matutinos en los centros de trabajo se han convertido en un pase de lista para contar a los ausentes y calcular cuantos más emigrarán. Se miran a los ojos, sopesan cada palabra que diga el otro, buscan señales de que aguarda por una visa o un boleto. Pero los potenciales migrantes no sueltan prenda. Entrenados en disimular sus críticas al régimen y callarse cualquier discrepancia, se guardan hasta el último minuto su partida.
Desde la ventanilla del avión, por allá arriba, esbozarán una sonrisa de alivio. Acá abajo, sus compinches de causa también harán lo mismo. Saben que con cada acólito que se vaya la lealtad se destiñe, las máscaras se cuartean, el sistema se desarma.
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