La Habana/La creciente popularidad de Caracas como destino de compras entre los cubanos y de Managua como trampolín migratorio ha convertido al Centro de Negocios de Miramar –donde varias aerolíneas tienen sus oficinas– en un dolor de cabeza para mulas y viajeros. Trampas, largas colas, engorrosas listas de espera y falta de transparencia han hecho que el proceso de comprar un pasaje hacia Venezuela o Nicaragua sea un auténtico caos.
Se puede adquirir un boleto a esos destinos a través de dos vías: la página web de la aerolínea venezolana Conviasa o, personalmente y en moneda libremente convertible (MLC), a través de su oficina en Miramar. Los clientes prefieren la segunda vía, ligeramente más económica que la compra por internet.
El trámite, sin embargo, se complica si el cliente viene del interior del país. Con la crisis de combustible y el encarecimiento de los pasajes, llegar al Centro de Negocios representa un costo adicional. Para vencer las formidables colas, además, es necesario muchas veces pernoctar en la capital o en las propias inmediaciones de la oficina, durmiendo sobre cartones y envuelto en frazadas.
Llegar a Managua –la puerta de la “ruta de los volcanes” rumbo a EE UU– es más complicado que viajar a Caracas. Es necesario adquirir los pasajes con más de dos meses de antelación y los precios se encarecen por el incremento de la divisa en el mercado informal.
- CHECALO -
Un pasaje a la capital nicaragüense asciende a 1.467 MLC, pero se puede quedar en 1.122 MLC si se accede a una promoción
Un pasaje a la capital nicaragüense asciende a 1.467 MLC, pero se puede quedar en 1.122 MLC si se accede a una promoción. En cuanto a la capital venezolana, la mula –que aspira a regresar a Cuba, a diferencia del que parte rumbo a Nicaragua– no solo se fija en el costo del viaje sino en el límite de equipaje. Por un vuelo de 495 MLC, se puede regresar de Caracas con dos maletas de 23 kilogramos cada una, y una bolsa de mano de 8 kilos.
Viajar con tres maletas y equipaje de mano eleva el precio a 595, aunque también hay promociones de 442 MLC que permiten subir al avión con tres maletas de 23 kg y un bolso de 7.
“Pescar” una de esas promociones, muy cotizadas por las mulas, es sumamente difícil y complican las gestiones de quienes desean viajar a Caracas a visitar a algún familiar que resida allí. Es el caso de Luisa, de 63 años, cuyo hijo trabaja como médico en la capital venezolana. “Es una maratón”, cuenta a 14ymedio, tras enfrentarse a una cola en Miramar.
En la oficina le han explicado que la gestión debe hacerse dos meses –por lo menos– antes del viaje. La lista de espera no tiene para cuándo acabar y empieza allí, a la vera de la oficina de Conviasa, donde varios clientes se turnan para hacer guardia y vigilar a los coleros, que cazan los puntos débiles de la fila.
Crispados por la situación y abrumados por la cola, los empleados de la aerolínea, aseguran los clientes, ya no saben actuar si no es con prepotencia. «No puedes protestar porque ellas cierran la oficina y no venden más pasajes. Se creen los dueños de Conviasa», lamenta Chabelis, que lleva horas intentando conseguir un boleto para Caracas.
El malestar por la lentitud de la cola levanta toda clase de rumores y hace sospechar, dice Chabelis, que existen “ventas por debajo de la mesa”. Hay incertidumbre y desconfianza, coinciden otros clientes, que aseguran haber presenciado cómo los trabajadores “dan prioridad” a determinados clientes.
A esto se suma la aparente intermitencia del horario de atención, lastrada además por la pésima conexión a internet, que interrumpe la gestión. Cada corte de internet se traduce en largos intervalos de espera en la cola.
Lo ejemplifica Miguel, que intentará viajar a Venezuela dentro de varias semanas: «La conexión se fue a las 11:26 am y volvió a las 11:40. La conexión se volvió a ir a las 12:13 y sacaron a quienes estaban dentro de la oficina hasta que volvió a las 12:22, pero las chicas y el custodio cerraron todo y fueron a almorzar. Cuando regresaron la conexión había sido restablecida».
En ocasiones no solo falla la tecnología, sino los propios trabajadores, que no parecen tener horarios fijos
En ocasiones no solo falla la tecnología, sino los propios trabajadores, que no parecen tener horarios fijos. “Llegan a las 9 pero se van a almorzar durante una hora y media. Dejan a la gente sin saber cuándo volverán. Y cuando por fin lo hacen, a las 2:00 pm, vuelven a salir pronto, a las 4:00 pm, dejando sin atender a muchos”, se queja Ramón, que ha presenciado el mismo panorama varias veces.
Para quien esté dispuesto a desembolsar más dinero, hay una alternativa: las llamadas “listas fantasmas”. Negocio paralelo del que no se sabe qué manos están detrás, la venta ilegal de un turno en Conviasa oscila entre 5.000 y 10.000 pesos. Se paga según el número: los primeros lugares cuestan más, pero tienen muchas más posibilidades de “pescar” una buena oferta.
La otra forma de saltarse la cola en el Centro de Negocios de Miramar es recurrir a las redes sociales como Facebook, donde han proliferado en los últimos meses agentes de viaje que aseguran poder conseguir boletos de La Habana a Managua con Conviasa que se pagan vía Zelle en Estados Unidos. Este mes de abril, un ticket de ese tipo cuesta el doble de la promoción de Conviasa, unos 2.450 dólares ida y vuelta, según confirma a este diario una de esas agencias privadas.
Aunque no acepta revelar el porcentaje de ganancia que recibe por cada boleto, Yordán cuenta a 14ymedio que «se obtiene buen dinero, pero hay que lidiar con mucha gente desesperada”. A cambio, agrega, «nuestro servicio es seguro, sin cola, sin estrés y con garantías. El pariente paga en Estados Unidos y a su familiar lo único que le queda es subirse al avión».
Sin embargo, un hecho desconcierta a quienes –por fin– logran abordar un avión de Conviasa: no pocos asientos están vacíos. ¿Por qué, se preguntan muchos, la aerolínea no vende esos pasajes y “destraba” las colas en La Habana? Las redes sociales de la empresa bullen de quejas y comentarios sobre esta situación, a la que no se ha dado respuesta.
Lo sabe bien Carlos, un joven de 27 años que abordó el mes pasado una nave de Conviasa a la que le faltaban, estima, “de 35 a 50 pasajeros”. “Había tantos asientos vacíos”, cuenta, “que las aeromozas tuvieron que cambiar de puestos a muchos para distribuir bien el peso en el avión. Gracias a eso me tocó una ventanilla”.
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