La Habana/Del rosado al violeta, pasando por brillos, disolventes y acetonas, los esmaltes de pintura para uñas que usa Ana en su negocio están bien ordenados en la pared. Una lámpara, un ventilador y una modesta mesa de trabajo conforman el resto de su equipo. Su esposo Jairo forma parte de la plantilla de un almacén estatal y ofrece servicios de barbería. Ambos trabajan –además– organizando y repartiendo combos de alimentos que se compran, online, desde el extranjero.
Ana hace entre 10.000 y 12.000 pesos al mes; Jairo, unos 2.500 en el almacén, y lo que gane como repartidor de acuerdo a la demanda. No tienen hijos. No tienen planes –al menos a la vista– para irse de Cuba. “Y ni siquiera así nos alcanza”, cuentan a 14ymedio.
La estampida migratoria ha hecho de salir de Cuba una prioridad para los jóvenes. Cualquier vía, desde el parole de EE UU hasta destinos más cercanos como República Dominicana, vale. Sin embargo, quienes no tienen los recursos o no pueden permitirse un viaje de ese calibre deben seguir en el país y, no pocas veces, cuidar a la familia que queda atrás. Haciendo de tripas corazón, la meta de no pocas parejas jóvenes apunta un poco más alto: además de sobrevivir, intentan vivir.
Es un edificio bien hecho, lo que se llama “una casa capitalista”, por haber sido levantada antes de 1959- CHECALO -
La casa en que Ana y Jairo viven está en Guanabacoa, La Habana. Solía pertenecer a la abuela de Jairo, que se fue a vivir con el resto de la familia para que la joven pareja pudiera tener un lugar con privacidad. “Gracias a ella tenemos dónde vivir”, asegura Jairo. Es un edificio bien hecho, lo que en Cuba se llama “una casa capitalista”, por haber sido levantada antes de 1959 y con buenos materiales.
Desde allí, teléfono en mano, Ana gestiona los pedidos de la plataforma de venta por internet que, por 6.000 pesos, la contrató para trabajar tres días a la semana. “Distribuyo lo que me mandan. Me llegan las órdenes de los combos y de productos sueltos. El transporte se lo busca uno, pero con la situación del combustible es muy difícil”.
Ana, además, estudia por curso diferido y una vez a la semana una licenciatura en Higiene y Epidemiología, en la Universidad de La Habana. “Con mis trabajitos”, dice, “he podido hacer un dinero y pagar el viaje en carro para ir a la universidad”.
Los “trabajitos” son todo y la pareja necesita mantener bien engrasados los mecanismos que mantienen abastecidos tanto al oficio de manicure como a los demás empleos. “Todo se trae de afuera”, cuenta Ana, señalando los pomos de pintura, las pinzas y cortaúñas. “Se lo compro a una clienta, de primera mano, si no me saldría todo carísimo”.
“Todo se trae de afuera”, cuenta Ana, señalando los pomos de pintura, las pinzas y cortaúñas
“Arreglo solo a dos personas al día. Soy un poco lenta”, dice. “El otro trabajo –los combos– me ocupa los viernes, sábados y domingos. Pero esos días también arreglo manos y trabajo en el teléfono. No puedo perder”. Por la tarde, hace la comida y el almuerzo del día siguiente.
Jairo se logró colar en el negocio de los combos. Si no fuera por ese dinero, su ganancia sería, lamenta, “el salario básico en Cuba”. 2.500 pesos que, considerando la inflación y el costo de la vida en en el país, son “nada”. La comida y la ropa, dice, “no son problema” gracias a su familia, que se las arregla –pese a ser numerosa y avejentada– para echar una mano a la joven pareja.
¿Vacaciones? “Hay que planificarlas mucho tiempo antes. Si voy a gastar unos 10.000 pesos en una salida, mejor lo invierto en comida”, razona Jairo. El hermano de Ana, Jorge, se deja caer a menudo por su casa en Guanabacoa. Con 18 años, estudiante de mecánica ferroviaria, se gana la vida “real” como barbero.
“Son una pila en la casa”, dice el joven, aludiendo a sus siete familiares: “Abuela, bisabuela, hermano, primo… Me da para vivir y ayudar a la familia”. La barbería –un cubículo alquilado– es igual de modesta que el “taller” de Ana. Un pelado, 500 pesos; un arreglo de barba, 150; ambas cosas, 350, pero con “tarifa especial para clientes especiales”, advierte Jorge. Pela entre cinco y diez clientes por día. “Hay días buenos y días malos, como todo”.
Hace varias semanas, Alma Mater, la revista juvenil de la Universidad de La Habana, se decidió a tocar el tema del “irse y el quedarse”. Tres horas de debate sobre los que se fueron, celebró la publicación, aludiendo al espacio oficialista La Cafetera, de la Facultad de Comunicación, en las que la pregunta más inquietante fue qué hacer si la decisión –o la obligación– apuntaba a permanecer en Cuba.
El pretexto para el espacio era el éxito de la obra teatral No importa, que en el momento de escribir el artículo contaba 70 funciones, a público lleno, lo cual demostraba, aseguraba el texto, la actualidad de la interrogante. Sin embargo, tras reconocer la dificultad de permanecer en la Isla, Alma Mater volvía al redil citando a un personaje que no desea que, con su exilio, “ni sus viejos ni sus amigos lloren por él”.
Menos lacrimógenos, Ana y Jairo saben que no se van porque muchas cosas los atan a Cuba. No el sentimentalismo ni el patriotismo, sino una realidad tan dura que no da tiempo ni siquiera a hacerse la pregunta que se hicieron los redactores de Alma Mater.
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