Madrid/La presencia de la Revolución cubana está garantizada por Fidel Mojito o Che Daiquirí en la carta de bebidas de Taberna Garibaldi, el primer bar abierto por el ex vicepresidente del Gobierno español Pablo Iglesias, reconvertido, tras su salida de la política, en una suerte de comunicador y empresario con el apoyo de un mínimo y menguante sector de lo que se conoce como el pablismo.
La noticia ha sido confirmada por el diario La Vanguardia este jueves, después de que Iglesias dejara caer la idea, tomada aparentemente como broma, desde su podcast La Base. El local, que se inaugurará previsiblemente el próximo 19 de marzo, está ubicado en el céntrico barrio madrileño de Lavapiés y los socios fundadores, junto con el ex político, son el poeta argentino Sebastián Fiorilli y el cantautor toledano Carlos Ávila, compañero de facultad del fundador del partido de izquierda Podemos cuando ambos estudiaban Ciencias Políticas en la Universidad Complutense.
Lo más llamativo del local es la carta, que circula aún sin precios. En la lista de cócteles, a los líderes de la Revolución cubana los acompañan otros izquierdistas internacionales, como Marcos Margarita, Evita Martini, Mandela Zulu; o españoles, como Pasionaria Puerto de Valencia o Durruti Dry Martini. La lista de comida es breve pero variada: habrá bocadillos, tostas, ensaladas o pastas, además de una selección de platos veganos y postres.
- CHECALO -
Bajo las cervezas –todas de la multinacional catalana Damm, como señalan en redes algunos críticos con lo capitalista del proveedor– figura una leyenda: “Las tabernas son el último bastión de la libertad del proletariado”, del filósofo Karl Kautsky. Aunque no solo de comida y bebida va la cosa: se realizarán encuentros culturales, presentaciones de libros, lectura de poesía y conciertos en vivo. Según ha declarado el propio Pablo Iglesias, las noches se cerrarán con el popular himno partisano Bella ciao.
Según ha declarado el propio Pablo Iglesias, las noches se cerrarán con el popular himno partisano ‘Bella ciao’
Los aires revolucionarios no han servido, precisamente, para evitar las numerosas críticas de un amplio sector de la izquierda que ha ido despegándose progresivamente de Iglesias y no han dudado en burlarse de la nueva faceta del ex vicepresidente –»Perdió la oportunidad de llamarlo Chef Guevara o Fidel Gastro», sugería el periodista Javier Corbacho en X– que incursiona ahora en un sector muy vinculado, en España en general y en la capital en concreto, a la derecha política. Aunque las mofas también provenían de muchos perfiles conservadores, donde se ironizaba con la idea de que el ex político abra un negocio lucrativo, en vez de un bar.
El lugar elegido para establecerse tampoco es baladí y en él está el origen de una lluvia de críticas que le llovieron hoy a Iglesias. Lavapiés es una zona del barrio de Embajadores en la que se combinan la multiculturalidad y un fuerte sentimiento colectivo vecinal. El voto en esta zona de Madrid es muy mayoritariamente de izquierdas, pero en los últimos años han irrumpido en él con fuerza lo que se conoce en urbanismo como “agentes gentrificadores”, fundamentalmente empresas que adquieren propiedades en una zona y las rehabilitan con el objetivo de cambiar la dinámica del barrio.
El efecto ha sido devastador en esta zona, ya que la vertiginosa subida de los precios ha expulsado –y sigue haciéndolo– a vecinos que llevaban décadas viviendo en ella y ahora no pueden competir en el pago del alquiler con turistas y profesionales con alto poder adquisitivo. Su proximidad con el centro y la abundancia de locales de ocio y cultura, además, lo convierte en un foco de atracción para el turismo.
Amplios sectores de la izquierda reprochan al ex líder de Podemos la hipocresía de su contribución a la gentrificación de Lavapiés
Este proceso ha sido muy criticado por amplios sectores de la izquierda que hoy reprochan al ex líder de Podemos la hipocresía de su contribución a la gentrificación de Lavapiés.
Desde que abandonó la política al fracasar en su intento de presidir la Comunidad de Madrid –para lo que abandonó la vicepresidencia del Gobierno–, la caída de la popularidad de Pablo Iglesias y su partido ha sido incesante. Del Podemos que fundó en 2014 y con el que alcanzó los 71 diputados (en coalición con Izquierda Unida), apenas quedan cuatro, actualmente en el grupo mixto –formado por representantes de partidos con mínima representación.
Las desavenencias de Iglesias han sido constantes con todos los restantes fundadores del partido, que fueron abandonándolo progresivamente por distintas razones y creando –algunos de ellos– otras formaciones. Tras el breve paréntesis de unos meses en silencio al dejar sus cargos políticos, Iglesias comenzó colaboraciones en prensa y, posteriormente, lanzó una campaña de micromecenazgo para fundar una cadena (Canal Red) que ejerciera como punta de lanza de la izquierda pero que, a efectos prácticos, se ha convertido en un espacio desde el que ataca sistemáticamente, tanto o más que a la derecha, a cualquier político o ciudadano de izquierda que disienta de Podemos, empezando por su propia sucesora, Yolanda Díaz, actual vicepresidenta del Gobierno; y la coalición Izquierda Unida (formada por una amalgama de partidos, entre ellos el histórico Partido Comunista), a la que no duda en considerar traidora.
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