La Habana/De todo lo que Reniel lleva consigo, en sus kilométricos viajes en bicicleta por La Habana, no hay nada más importante que su violín. Con el estuche abierto y el arco tenso, el joven habanero de 30 años se presenta en toda clase de escenarios improvisados en la capital: plazas, parques, bulevares y calzadas. Un solo lugar, sin embargo, se le resiste, La Habana Vieja, donde solo pueden tocar quienes cuentan con un “permiso especial” de la Oficina del Historiador.
El casco antiguo, donde Eusebio Leal inyectó sumas millonarias, sigue funcionando con los mandamientos del fallecido historiador –glosados en el Plan Maestro de la ciudad– y violar esas reglas trae consecuencias. “Si te cogen tocando sin un permiso en el centro histórico la multa puede ser de hasta 4.000 pesos”, cuenta Reniel, quien aspira a alegrar con su música a los transeúntes dentro de los límites de la vieja muralla, en la calle Mercaderes o cerca de la Catedral.
“He intentado pedir ese permiso y estoy en proceso de solicitarlo, pero primero necesito tener los papeles de la Onat (Oficina Nacional de Administración Tributaria), presentar mi proyecto de trabajo y, si ellos me lo aceptan, entonces puedo trabajar allí”, explica el músico. Según recuerda, lo han “peloteado” varias veces, pero esta vez espera que la respuesta sea positiva.
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Mientras, el resto de las calles habaneras son un mapa libre en el que Reniel puede tocar su violín y ganar algo de dinero para ayudar a su madre, un oficio que combina con un trabajo más estable y que solo puede hacer en sus ratos libres.
Este lunes, en el portal del edificio viejo del Museo de Bellas Artes, frente al Gran Hotel Manzana Kempinski, el joven músico tocaba para los transeúntes, que de vez en cuando se animaban a dejarle algunos billetes en el estuche. Unos pasos a la derecha, un hombre con una estatua de San Lázaro que pedía ofrendas y otro con un saxofón le disputaban a Reniel la atención de los habaneros.
A Reniel, quien acompaña su violín con la música de una bocina conectada a su teléfono, poco le importa la competencia pues, como explica, el portal del museo es apenas el escenario temporal que debe compartir con otros artistas callejeros o menesterosos, y que ni siquiera es el sitio fijo de sus actuaciones.
“Trabajo en distintos lugares, no siempre toco aquí”, cuenta el músico, que asegura que nunca ha actuado con orquestas o tocado el instrumento de forma profesional. “Cuando tenía unos 14 años tuve la oportunidad de tener un violín, y desde entonces aprendí música de forma autodidacta y con clases particulares”, asevera. A las escuelas estatales de música, añade, “es difícil acceder con la edad que yo tenía. Los niños empiezan a tocar desde los siete años y si no entras a esa edad ya después es muy difícil que te admitan”, cuenta.
Durante unos cinco años logró que varios restaurantes y bares de La Habana lo contrataran para ofrecer música en vivo a los clientes. “He tocado el violín en la paladar Los Mercaderes, en el bar La Makina, que ya cerró, en el restaurante La Cocina de Esteban, en El Vedado, y en el de comida iraní, Topoly”, enumera.
Tocar en la calle, pese a tener que viajar en bicicleta desde Boyeros hasta distintos puntos de la ciudad, se convirtió para Reniel en un medio para ganar dinero extra para su casa. Esta vez, sin embargo, el escueto botín no fue solo para el músico. Una anciana, no lejos del museo, le pidió “10 pesos para comer”. No le pudo decir que no.
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