Javier Milei y el papa Francisco
En la ciudad del Vaticano se vivieron este mes dos jornadas referidas a nuestra Patria, en las cuales no hubo exclusiones ideológicas claro: la canonización de la primer santa argentina Mamá Antula y el recibimiento por parte del Santo Padre del presidente Javier Milei quien preside el partido político “anarco-capitalista” La Libertad Avanza. Una fue el domingo 11, y el lunes 12 de este mes, la otra.
Como sabemos, los jesuitas en América realizaron una tarea extraordinaria conviviendo con los pueblos originarios y llevaron a cabo una transformación cultural, social y política tal que provocó que la Corona española sintiera amenazada su ideología colonialista y su poder por la propia orden de los jesuitas. Por esa razón Carlos III, el 27 de febrero 1767 ordenó por decreto su expulsión.
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Mamá Antula -como la llamaban la gente de los pueblos- además de haber sido una mujer valiente, que dedicó su vida a servir a los más necesitados, fue una laica de una distinguida familia. Se llamaba María Antonia de Paz y Figueroa y nació en 1730 en Santiago del Estero. Llevó una vida ejemplar como católica práctica y como docente educada en las enseñanzas de los jesuitas, “con sabor a Evangelio” para emplear una expresión de Bergoglio. Hoy, rindiendo honor a su ejemplo, es la primera mujer santa de la República Argentina. Como decimos, Mamá Antula se vistió con el hábito que usaban los jesuitas, tomó sus banderas aún después de la expulsión de estos y peregrino y predicó los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, fundó espacios donde practicó esa pedagogía en la enseñanza sin exclusiones.
El 11 de este mes, el primer Papa jesuita y argentino celebró la Misa de canonización ungiéndola a la santidad.
La primera lectura (cf. Lv 13,1-2.45-46) y el Evangelio (cf. Mc 1,40-45) hablan de la lepra: una enfermedad que conlleva la progresiva destrucción física de la persona y a la que, en algunos lugares, lamentablemente, con frecuencia se asocian todavía actitudes de marginación. Lepra y marginación son dos males de los que Jesús quiere liberar al hombre que encuentra en el Evangelio. Veamos su situación.
Aquel leproso se ve obligado a vivir fuera de la ciudad. Frágil a causa de su enfermedad, en vez de ser ayudado por sus compatriotas es abandonado a su suerte, y se le hiere aún más con el alejamiento y el rechazo. ¿Por qué? Ante todo, por miedo, por el miedo a ser contagiados y terminar como él: “¡Que no nos suceda también a nosotros! ¡No nos arriesguemos, permanezcamos alejados!”. Y viene el miedo.
Después, por prejuicio: “Si tiene una enfermedad tan horrible —era la opinión común— seguramente es porque Dios lo está castigando por alguna culpa que haya cometido; y entonces, claramente, se lo merece”. Esto es el prejuicio. Y, finalmente, la falsa religiosidad. En aquel tiempo, en efecto, se consideraba que quien tocaba a un muerto se volvía impuro, y los leprosos eran gente a quienes la carne “se les moría encima”. Por tanto, se pensaba que rozarlos significaba volverse impuros como ellos. Esta es una religiosidad distorsionada, que crea barreras y sepulta la piedad.
Miedo, prejuicio y falsa religiosidad, he aquí tres causas de una gran injusticia, tres “lepras del alma” que hacen sufrir a una persona débil descartándola como un desecho. Hermanos, hermanas, no pensemos que son sólo cosas del pasado. ¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más! También en nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, “lepras” que sanar. Pero, ¿cómo? Veamos lo que hace Jesús. Él realiza dos gestos: toca y sana.
Primer gesto: tocar. Jesús, ante el grito de ayuda de aquel hombre (cf. v. 40), siente compasión, se detiene, extiende la mano y lo toca (cf. v. 41), aun sabiendo que, haciéndolo, se convertirá a su vez en un “rechazado”. Pero Cristo no es así, su camino es el del amor que se acerca al que sufre, que entra en contacto, que toca sus heridas. Nuestro Dios, Jesús se hizo hombre para tocar nuestra pobreza. Y frente a la “lepra” más grave, la del pecado, no dudó en morir en la cruz, fuera de los muros de la ciudad, repudiado como un pecador, para tocar nuestra realidad humana hasta lo más hondo.
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Y nosotros, que amamos y seguimos a Jesús, ¿sabemos hacer nuestro su “toque”? No es fácil. Por eso debemos vigilar cuando en el corazón se asoman los instintos contrarios a su “hacerse cercano” y a su “hacerse don”. Por ejemplo, cuando tomamos distancia de los demás para centrarnos en nosotros mismos, cuando reducimos el mundo a los recintos de nuestro “estar bien”, cuando creemos que el problema son siempre y solamente los demás. En estos casos tengamos cuidado, porque el diagnóstico es claro: se trata de “lepra del alma”; una enfermedad que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de las “gangrenas” del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la intolerancia. Estemos atentos también porque sucede como en el caso de las primeras manchitas de lepra, las que aparecen en la piel en la fase inicial del mal: si no se actúa de inmediato, la infección crece y se vuelve devastadora. Pero, ¿cuál es el tratamiento?
Su “tocar”, en efecto, no sólo indica cercanía, sino que es el inicio de la sanación. Porque es dejándonos tocar por Jesús que sanamos por dentro, en el corazón.
Al día siguiente de la canonización de Mama Antula, todos los medios del orbe difundieron el encuentro del Papa Francisco y el flamante Presidente argentino en el Palacio de la Biblioteca Vaticana, Piazza San Dámaso.
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El encuentro no fue eludido como algunos presumieron después de las descalificaciones que hiciera el entonces candidato y cuyos alcances Francisco abajó y, tras las disculpas, perdonó. Porque no hay que excluir a nadie, ni siquiera a quien nos calumnia, diría Bergoglio. Porque no hay que eludir el diálogo con quienes piensan distinto y menos aún con los que parecen encontrarse turbados por su relación con Dios, dice este cronista. Claro que de eso presumimos no se habló en esta instancia de carácter institucional aunque el Santo Padre le haya dado el tono de un encuentro institucional.
Fue un encuentro personal dilectivo e intramundano que deja en el horizonte una esperanza y al mismo tiempo la posible frustración de un desencuentro. “Es como que ambos estaban deseosos de encontrarse después del abrazo del día anterior, en la Basílica”, nos dijo un testigo calificado. El abrazo del dia anterior sucedió imprevistamente. “Es que el riguroso protocolo vaticano indica que en una celebración de canonización se invita al presidente del país -cualquiera fuere su creencia religiosa -al que perterneció el santo en calidad de invitado y dispone también que cuando se produce el ingreso del Pontífice este saluda a las autoridades”. En la misa del 11 de febrero a quien correspondía estar en la primer fila era el Presidente Milei y este al ver próximo a Bergoglio espontáneamente se aproximó y le pidió permiso para darle un beso a lo cual el pontífice accedió. Abrazo que minutos más tarde se viralizó en las redes.
Así fue que en la audiencia del día siguiente Milei se encontró con un ser ya conocido y cordial y humilde (¿te cortaste el pelo?, le preguntó cuando se plantó delante de su silla), abierto a las cosas, al otro que tenía ante sí con la disposición y mantuvo con él la reunión de casi una hora de la que dio cuenta la prensa.
Casi con certeza se puede arriesgar que entre el Santo Padre y el Presidente no hubo dos sujetos sino tres. Tríada integrada por los nombrados y el pueblo argentino, por el docente que oye y el alumno que expone y una multitud de rostros entre los cuales se podía divisar la presencia de los héroes de la Patria y de los pobres y excluidos de nuestra sociedad que reclaman pan y trabajo. El rostro de Cristo crucificado por el hambre, la falta de trabajo y la exclusión. Cuantitativamente con el agravante que esta es una tendencia que aumenta en forma constante a lo largo de las últimas décadas. Según las últimas estimaciones del Observatorio de la UCA hoy, los que piden pan y trabajo en nuestro país alcanzan la trágica cifra de casi el 60% de la población, récord nunca imaginado cuando Antonio Berni pintaba “Manifestación” (1934). Cifra que desapareció por completo durante los años de gobierno del General Perón y que reapareció a partir de los “ajustes” de la llamada libertad de mercado de la Libertadora.
Entendemos que en ese encuentro tripartito el principio según el cual el cinturón no debe apretarse por los que carecen de los bienes suficientes para la subsistencia sino por el de quienes poseen bienes que exceden los necesarios para ello, y quienes poseen bienes superfluos estuvo presente. El novel presidente fue seguido con gran atención por el anciano pontífice a quien le explicó cómo logrará “técnicamente” eliminar la inflación, alcanzar el déficit cero y terminar con aquellos que viven en estado de corrupción beneficiándose del Estado.
Y es de imaginar que el Papa le dijo que tenga muy en cuenta la situación de los pobres.
Si la expresión “actos de la casta” está referida a perseguir y terminar con los “actos” y “estado” de corrupción de muchos de los funcionarios de los gobiernos de la Nueva Democracia y de los no funcionarios funcionales a ellos no caben dudas de cuál es la postura de la Iglesia en tal sentido. Baste recordar una vez más la obra “Corrupción y pecado” de Monseñor Jorge Bergoglio y las numerosas homilías como Cardenal y como Pontífice. Pero no solo su voz de condena a ese “estado de corrupción” sino también al ejemplo de su magisterio a la cabeza de la Iglesia universal y a su gestión de gobierno al frente del Estado del Vaticano cuya corrupción fue pública, grave y difícil de erradicar y a cuyo combate exitoso dedicó y dedica gran parte de su accionar desde el año 2013
Respecto a las demás medidas proyectadas por el Poder Ejecutivo, la declaración de la Comisión Paz y Justicia de la Comisión Episcopal se pronunció en contra de las mismas y luego la Comisión Episcopal en pleno, presidida por Monseñor Oscar Ojea -quien imparte las enseñanzas pontificias y representa la voz de los obispos de nuestro país. La Iglesia se manifestó sin dejar lugar a dudas sobre su rechazo a muchas de ellas y al método no-dialógico. Puntualmente, el aludido comunicado expresa que el Gobierno debe “asegurar un marco republicano, con la escucha a los actores de la sociedad civil”.
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