La Habana/A la ferretería de la esquina de Reina y Lealtad, en Centro Habana, nadie le llama por su nombre oficial: La Cubana. Para todos los que conocen el comercio, que fue en su tiempo el más importante de este tipo en Cuba, el local se llama Feíto y Cabezón. Los apellidos de sus fundadores, con algunas ligeras variaciones coloquiales, trascendieron la nacionalización, la caída en picada de las ofertas de la tienda y hasta su reconversión a la venta actual en moneda libremente convertible.
El documental Cabezones, dirigido por el escritor Luis Enrique Valdés Duarte, residente en España, y el actor Alberto Maceo, que vive en Alemania, se acerca a la historia de Nicolás Cabezón, un migrante español que llegó a la Isla con lo puesto y terminó creando la más famosa ferretería habanera. El próximo 24 de febrero el audiovisual se estrenará en el Teatro Zorrilla de Valladolid, España, y sus realizadores han respondido, a cuatro manos, algunas preguntas de 14ymedio. Tanto sus palabras como las imágenes captadas en el cortometraje hablan de viajes, emprendimiento, sueños y absurdos pero también de gente testaruda, extremadamente «cabezona».
Pregunta. Tornillos, arandelas y tuercas. ¿No es un poco alejado este documental de los temas que ambos han tratado con anterioridad, más cercanos al arte, la literatura o el teatro?
- CHECALO -
Respuesta. En realidad, es un documental sobre la memoria, la emigración, el esfuerzo que supone irte de tu tierra y levantar cabeza en otra, sobre las injusticias y la libertad. Son temas que nos interesan mucho y estos pueden tratarse, porque allí acontecen, tanto entre tornillos, arandelas y tuercas, como entre surcos, telones o sobre los muelles de un astillero. Es verdad que parece que nos hemos alejado de nuestro sino, pero no lo hemos traicionado: es un documental sobre las emociones que todos los temas mencionados pueden despertar.
P. ¿Por dónde comenzaron a desenredar las hebras de esta historia? ¿Del emprendimiento a la emigración o se inició en las maletas y siguió hacia el mundo empresarial?
R. Curiosamente, el porqué estuvo en el nombre de esa ferretería. Cada vez que pasábamos por allí nos preguntábamos lo mismo: ¿por qué se llama Feíto y Cabezón si está en Reina y Lealtad? Suponiendo que quizás venía del nombre de su esquina como era el caso de tantos negocios habaneros. Teníamos la teoría de que quizás el señor ferretero tenía esas características físicas y no le importaba que así le llamaran cariñosamente. Pero nada más lejos de la realidad.
Un día, ya viviendo en Urueña [localidad vallisoletana], buscamos en internet aquella vieja duda; no fue sencillo encontrar algo, pero lo hallamos y nos llevamos una sorpresa: el fundador de aquella tienda, de apellido Cabezón, había nacido en el pueblo de al lado, al que se podía ir, incluso, caminando. Se había ido a Cuba en los duros años de la posguerra española siendo un niño pobre. Ahí había una historia que contar. En el pueblo solo quedan tres o cuatro habitantes, pero conseguimos localizar a los descendientes de don Nicolás Cabezón, ya mayores. Lo que nos contaron, a partir de sus recuerdos fidedignos, dio cuerpo a la película. Empezaron por la maleta, sí. ¡Y fue todo muy duro!
P. A pesar de los años, la confiscación, la estatización y los cambios, la gente sigue llamando a la ferretería de la calle Reina como Feíto y Cabezón. ¿Por qué esa persistencia popular? ¿Sonoridad del nombre o calidad del trabajo que llevaron a cabo?
R. Creemos que las dos cosas. Es llamativo cómo muchos sitios en La Habana han conservado su nombre primigenio. La propia calle Reina jamás es llamada por su nombre actual. Lo mismo pasa con ciertos productos o equipos: han seguido llamándose como sus marcas más destacadas y populares cuando estaban en Cuba. De todos modos, nos consta que lo que ellos levantaron allí fue un imperio a golpe de trabajo.
La ferretería llegó a ser un referente para la sociedad habanera. Si algo no lo encontrabas en Feíto y Cabezón no existía. Es por todo a la vez: efectivamente, el nombre es sonoro y produce hasta cierta gracia decirlo. Fíjate, el apellido Feito no lleva tilde, proviene del norte de España y significa «hecho», pero como a Feito le seguía Cabezón, los cubanos pusieron esa tilde graciosa y se han resistido a llamar la ferretería por su nombre actual. La tienda se llamaba, en realidad, Feito y Cabezón.
P. ¿Cuáles fueron algunas de las sorpresas que aparecieron durante la investigación para este documental?
R. La primera de todas fue esa simple tilde que lo cambia todo en el nombre. A partir de ahí vinieron muchas otras: el impacto tan grande que causó en sus familiares la significativa prosperidad con la que, veinte años más tarde, volvió Nicolás a su pueblo, las relaciones que había establecido con los más altos estratos de la sociedad cubana, su modo de viajar… Luego, su estrepitosa caída, tan dolorosa y tan injusta, con las veces que tendió su mano a tanta gente. La mayor sorpresa fueron sus familiares, tan lúcidos y amables, con recuerdos tan claros: se acuerdan, incluso, del nombre del barco que los trajo de vuelta a España por primera vez. Y, por último, su tozudez, quizás lo que más hemos admirado: su inmensa voluntad para erigirse hasta el final.
P. ¿Qué deben esperar los espectadores? ¿Un audiovisual volcado hacia el pasado? ¿Algunas claves que le hablen al futuro cubano?
R. Mira, el conocimiento categórico del pasado es fundamental para el progreso de cualquier nación, para la comprensión más exacta del presente y, sobre todo, porque en él están, sin lugar a dudas, muchas luces para hallar la solución de nuestros problemas actuales. No lo decimos nosotros, lo dijo más claramente, en una «crítica a la sociedad y a la educación», José Martí, que todo el mundo sabe en qué ara lo tenemos: «Lo pasado es la raíz de lo presente. Ha de saberse lo que fue, porque lo que fue está en lo que es.»
No obstante, sabemos que los estragos más grandes los tiene el cubano ante sus ojos cada día y esa es la clave mayor, la razón principal para reaccionar de una vez.
Lo que el espectador verá, en cualquier caso, será un acto de respeto profundo a esta gente de la Castilla profunda que no ha cejado, ni en los años más duros, en su empeño de mantener sus principios, de luchar por un futuro mejor, de salvar su dignidad, de abrirse paso allá donde fueran, de enfrentarse al oprobio con sus ojos y sus manos. Es un viaje de ida y vuelta: el de cualquier emigrante que un día lo dejó todo. Es, por tanto, un espejo, el espejo de la casa de nuestros abuelos en el que nos hemos vuelto a mirar. ¡Y nada más!
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