Alberto va cada año a poner flores en la tumba de su abuelo en el cementerio de Mayabe, Holguín. Con el pasar del tiempo la visita se ha ido haciendo más amarga para este hombre, de 52 años, debido al creciente deterioro de la necrópolis con bóvedas derruidas, tumbas abiertas y restos óseos a la intemperie.
«Esto es como un viaje al infierno. Cada vez que tengo que venir, en la fecha del cumpleaños de mi abuelo, después me paso días sin poder dormir», cuenta Alberto a 14ymedio. «Desde que me voy acercando al lugar me entra el temor de que me voy a encontrar el nicho roto y los huesos regados o robados».
Desde la entrada de la necrópolis hasta el nicho donde están los restos del abuelo de Alberto el panorama es desolador: ataúdes desarmados, fémures y tibias que sobresalen de los nichos y lápidas caídas. Los directivos del cementerio achacan parte del estado actual del camposanto al vandalismo y, recientemente, impusieron la normativa de que no se puede acceder con ningún tipo de vehículo al terreno.
- CHECALO -
«Es una medida que hace años está implementada en La Habana y otras provincias, para evitar el robo y el saqueo, pero aquí no se estaba cumpliendo», sentencia con autoridad una empleada cuando Alberto insiste en pasar con su bicicleta. «Esto no es por la gente, esto está así porque no se le da mantenimiento ni se cuida», responde molesto el hombre que finalmente termina amarrando el ciclo en una verja cercana.
«Esto es como un viaje al infierno. Cada vez que tengo que venir, en la fecha del cumpleaños de mi abuelo, después me paso días sin poder dormir»
Dentro, le espera un periplo en el que prefiere «no mirar para los lados». Llega ante un grupo de nichos con nombres y fechas inscritos, localiza visualmente la del abuelo y coloca unos pocos claveles. «Eran sus flores preferidas pero cada vez le traigo menos porque están muy caras», sentencia. Catalán llegado a Cuba a inicios del siglo pasado, el abuelo de Alberto tuvo una bodega propia en la ciudad de Holguín.
«El día que se la nacionalizaron se murió, al menos ya no estaba vivo como antes, el resto de su vida se la pasó añorando las jornadas tras el mostrador, los clientes que venían a comprar y el lápiz que se ponía detrás de la oreja y con el que sacaba todas las cuentas», recuerda el nieto. «El local de aquella bodega pasó al mercado racionado y ahora no tiene ni arroz».
A inicios de este siglo, el viejo catalán «se tiró a morir y terminó aquí en el cementerio de Mayabe, una solución sería cremar sus restos óseos y llevármelo para la casa pero ese español era duro y resabioso, jamás habría permitido que le diéramos candela ahora y lo metiéramos en un ánfora», reflexiona el holguinero.
Por 115 pesos cubanos, el cementerio de Mayabe ofrece la incineración de restos óseos y por 340 se creman cadáveres. Pero la mayoría de los fallecidos en Holguín no optan por esa opción especialmente por la inestabilidad del servicio que obliga a «mojar siempre a alguien con más dinero para que agilice el proceso», lamenta Niurka, quien este enero tuvo que participar en el proceso de exhumación de una tía abuela.
Ubicada a seis kilómetros de la ciudad, la necrópolis holguinera lleva años en el centro de las críticas y los cuestionamientos. A mediados del año pasado un estremecedor video difundido por el influencer Paparazzi cubano, mostraba el momento de una exhumación colectiva en la que primaba el caos y la falta de información hacia los familiares de los difuntos.
Una hilera de ataúdes desvencijados esperaban en el cementerio de Mayabe a los dolientes que, tras los dos años del entierro, según la normativa oficial, deben proceder a recopilar los restos óseos de sus parientes y reubicarlos en una caja más pequeña que pasa al osario, unas estructuras en forma de gavetas verticales también de propiedad estatal.
«Nadie me ha dado una respuesta pero no tenía los huesos de las piernas y creemos que alguien se los robó vaya usted a saber para qué»
«Pensábamos que cuando trasladaran los restos de mi tía del panteón en el que estaba, sería mejor preservar el nicho en el osario», explica Niurka, pero «aquí nada se salva, todo está en muy mal estado y cada vez que vengo me encuentro con un espectáculo distinto». Tras abrir el féretro de su tía abuela, la mujer se percató de que «faltaban varios huesos».
«Nadie me ha dado una respuesta pero no tenía los huesos de las piernas y creemos que alguien se los robó vaya usted a saber para qué», lamenta. «Estas historias son aquí todos los días, van y vienen quejas pero todo sigue igual, nadie le hace caso a las familias de los difuntos, como si los muertos no valieran nada, no merecieran respeto».
El camposanto de Mayabe cuenta con unos 500.000 metros cuadrados y es una de las más grandes del país. «Eso sí, cuando vienen a enterrar a un militar o algún pincho, esto se llena de flores, banda musical y todo, parece otro lugar», cuestiona Niurka. «Cuando yo veo las imágenes en la televisión parece un cementerio bonito, serio y bien cuidado, pero nada más que llego aquí lo que me cae es una indignación tremenda, nunca sé lo que me voy a encontrar».
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