Mientras un grupo de habaneros lo observa, un alto oficial de las Fuerzas Armadas parquea su moto junto a un dispensador del servicentro Los Paraguas, en Guanabacoa. No pierde el tiempo en preguntas y acude directamente a la encargada de la gasolinera. Después de una muy breve conversación, y ante la mirada contrariada de los presentes, el militar vuelve al vehículo, activa la manguera y rellena el tanque.
El enojo de los presentes tiene una explicación: antes de comprar, cada uno de ellos tuvo que luchar por el «privilegio» de ser anotado en una minuciosa lista de clientes que el gobierno local mandó a elaborar durante la crisis de combustible de junio de 2023 y que se ha reactivado pocos días antes del anuncio de la subida en los precios del combustible para el próximo febrero. El militar, a quien su uniforme le abre puertas, está por encima de esas formalidades.
Solo hay que acudir a Los Paraguas o al otro servicentro de Guanabacoa, Corral Falso, para tomarle el pulso al malestar de los choferes. Decenas de caras hoscas se arremolinan en torno a una mujer que da una instrucción tajante a quienes desean comprar: «Hay que anotarse en el grupo de Telegram».
Quien habla es la persona encargada de confeccionar la lista diaria de compradores a través de la aplicación de mensajería. En Telegram se identifica como Esther, a secas, aunque hay un equipo detrás –también con nicks simples, como Yanet o Carilda– que alega estar «dirigido por el gobierno de Guanabacoa». Su mantra, que repite cuando algún cliente cuestiona su autoridad, es: «Esto no es anarquía, es control de cola, evitando el acaparamiento, el lucro, los coleros, etcétera».
- CHECALO -
El grupo SC C. Falso contaba este jueves con 4.025 miembros; el de Los Paraguas 5.046. Cada mañana se unen cerca de 20 usuarios. Aproximadamente a las seis de la mañana, Esther dice al grupo que está «esperando información». A medida que avanza el día, la mujer organiza el flujo de clientes a través de la lista de clientes de cada servicentro, elaborada en Excel.
Esther exige nombre, apellidos, número de carné, chapa del vehículo y un número de teléfono. En más de una ocasión ha afirmado que la lista «es la misma de 2023» y que los nombres «se cuidaron celosamente». «El que no aparezca es porque nunca estuvo», alega, e invita a los ajenos a ella a «hacer la cola», para comprar después de quienes sí aparecen.
Sin embargo, este diario recibió la denuncia de un lector que detectó numerosas irregularidades en el inventario de clientes. El documento de Excel de Los Paraguas registra 3.688 clientes, de los cuales 114 están repetidos hasta cuatro veces y 77 no tienen chapa –un requisito que Ester demanda siempre–. En el caso de Corral Falso, donde están inscritos 2.855 nombres, hay 168 que se repiten hasta cuatro veces y 40 sin chapa. Unos 1.003 clientes están en ambas listas.
Por más que la acusen, en los grupos y –según ella misma– por privado, Esther ha repetido que no tiene que dar explicaciones. A su lado, un hombre en shorts y chancletas hace las veces de guardaespaldas. Desesperados por la falta de gasolina o la lentitud de la cola, muchos clientes suelen «ponerse pesados».
Este miércoles, Esther dio por suspendida la cola «hasta que llegue la Policía y actúe contra tres motoristas que están amenazando», contó en el grupo. «Confundieron el lugar. Esto no es una selva». Horas después, la mujer narró el desenlace: una «persona del pueblo» la «persuadió» de reanudar la cola. «Me incomoda que los hombres no respeten a una dama», resumió, más cuando «esta actividad –la organización de la cola– está dirigida por mujeres».
En una de sus tantas explicaciones desde que ambos grupos de Telegram se reactivaron, Esther contó por qué «el gobierno de Guanabacoa cogió el control de la cola». «Motivo: proliferaron los coleros con su habitual actuar de lucrar con la necesidad humana y que además nadie denunció», argumentó. Pero había más: «A todo aquel que interrumpa este proceso hay órganos pertinentes para hacerle entender».
Esther desarrolla una especie de cacicazgo sobre ambos grupos. En sus manos está el orden de la cola, el poder para frenar el proceso y una aparente conexión directa con las autoridades. A menudo se queja de que, durante la madrugada, los «convocados» no se atreven a acudir a la gasolinera. «¿Corremos o nos escondemos?», increpó entonces a los clientes que, ante la creciente inseguridad de las calles, no salen de su casa por las noches.
Otras veces tiene arranques de ira, sobre todo cuando la acusan de corrupción o de manipular la cola: «Hace falta que alguien reaccione inadecuadamente a este comentario para sacarlo del grupo», amenazó, tras afirmar que no tenía miedo a las acusaciones o «ataques», como los llama.
Los empleados de las gasolineras también remiten al grupo y a la autoridad de Esther como única vía para comprar combustible. «Hay que anotarse de ocho a nueve, cuando abren el grupo. Mientras, no puedes escribir», asegura a 14ymedio una trabajadora del servicentro Los Paraguas.
En cuanto a los nuevos precios, tampoco la empleada está conforme. «Ojalá haya un debate y eso cambie. Para el turismo estamos de acuerdo que suban, pero al cuentapropista le subes el costo de la gasolina y el resultado es que él sube sus precios. Si antes te cobraban 100 pesos por algo, ahora te cobrarán 500. Para mí, ellos acabaron», zanja.
«Ojalá haya un debate y eso cambie. Para el turismo estamos de acuerdo que suban, pero al cuentapropista le subes el costo de la gasolina y el resultado es que él sube sus precios»
Lo cierto es que, desde las butacas del Gobierno, el panorama tampoco es halagüeño. El experto de la Universidad de Texas (EE UU) Jorge Piñón explicó a este diario que una de las causas de la actual crisis de la gasolina nacional es que las refinerías de la Isla –en particular la de La Habana–, han estado fuera de servicio.
El investigador, que analiza el comportamiento del consumo de gasolina, diésel y gas licuado del petróleo en el país, ha notado que en los últimos cinco años que cuentan con cifras oficiales (2017-2021) ha habido un incremento de un 40% de la demanda de gasolina en Cuba. En 2022, añade Piñón aportando sus propios datos, el país consumió 335.000 toneladas, una cantidad inexplicable si se considera que el año anterior se consumieron solo 240.000. Sin embargo, en 2023 hubo un bajón de un 23%: 258.000 toneladas.
Por otra parte, el trasiego de tanqueros por los puertos cubanos no se detiene. Los buques Ocean Mariner, Vilma y Delsa están anclados en terminales de México y a punto de zarpar hacia la Isla. En Venezuela esperan María Cristina, Alicia, Lourdes, Petion y Esperanza.
«¿Cuál es el verdadero costo (flujo de caja) de estos volúmenes? Sabemos que los envíos de Venezuela son en intercambio (trueque) por productos y servicios proporcionados por Cuba, pero tiene que haber un estado de cuentas que muestre el impacto económico (flujo de caja) en el presupuesto del Estado», argumenta Piñón. «Igual que los suministros de México: ¿cuál es el costo de estos barriles?».
La «lengua suelta» es el estado que mejor define el malestar de los cubanos. En las ingentes colas de vehículos que esperan su turno en el Cupet, en las masas que se aglomeran en la piquera, en los taxis, cada vez más impagables, la gente remacha: «A esta gente hay que robarle. Combustible, aceite, petróleo, lo que sea».
Para Ernesto, de 58 años, el dilema ya tiene una respuesta. «Voy a vender el carro», cuenta a este diario. Dueño de un viejo Cadillac que ha usado por años para el transporte de pasajeros, este habanero que trabajó por décadas en una emisora de radio oficial tenía el vehículo en el taller hace meses en labores de chapistería. «Ni lo voy a sacar de ahí, ya le dije al dueño del lugar que está a la venta».
«Hice un cálculo rápido después de la Mesa Redonda y me dio que si no cobro el trayecto completo a más de 300 pesos a cada pasajero, no puedo pagar el combustible y mantener el carro trabajando. Y si cobro eso, me voy a pasar cada día en la calle fajado y oyendo ofensas, así que mejor me quedo en mi casa», resume.
Yogur, queso y carne de cerdo componen la oferta que Iván, un residente en Alquízar, provincia de Artemisa, lleva con frecuencia a vender a La Habana. Aunque a veces hace el trayecto en el tren que une la capital cubana con San Antonio de los Baños, también intercala viajes con su yerno, que conduce un Lada. Ahora, tras enterarse de la subida de los precios, lleva horas «sacando cuentas».
Entre subir el precio de su mercancía o suspender su ruta de comerciante, Iván, por el momento, prefiere «no prometer nada» a los clientes, hasta que pueda comprobar en la práctica cuánto debe invertir para llegar con su mercancía hasta la capital cubana. «Siempre queda que esta gente se eche para atrás porque esta va a ser una medida muy impopular», es su esperanza.
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