Un colgajo de concreto y acero dificulta la salida por la puerta de la cuartería ubicada en la calle San Lázaro 512 entre Lealtad y Perseverancia, en Centro Habana. Este miércoles ocurrió lo que todos llevaban años temiendo, parte del balcón superior se derrumbó dejando un reguero de escombros y aumentando el susto en el que viven varias familias de la ciudadela. En una cuadra donde cada día en pie es un reto para los edificios, los vecinos saben que la escena podría repetirse en las viviendas aledañas.
La desidia, el salitre y la falta de recursos de sus residentes han hecho de esta avenida, que une a La Habana Vieja con la mismísima escalinata de la Universidad de La Habana, un ejemplo de la arquitectura ya insalvable de la capital cubana. Ajena a los trasiegos de la restauración del casco histórico y algo alejada del más moderno barrio de El Vedado, los edificios de la arteria que discurre en paralelo al mar son, a todas luces, irrecuperables.
Un balcón más o un balcón menos parece poca cosa en una calle de la que solo quedan ruinas, pero el desplome de este miércoles marca profundamente la vida de los habitantes de San Lázaro 512
- CHECALO -
«Aquí lo que hay es que pasar caterpillar«, aseguraba este jueves un vecino cercano al derrumbe. El hombre, de más de 70 años, consideraba que no hay «curitas ni paños tibios, todo este barrio hay que volver a hacerlo». Su referencia a la firma estadounidense de maquinarias pesadas se debe, fundamentalmente a «la aplanadora que hace falta para echar abajo todo esto», una clara alusión a la refundación de San Leopoldo, el nombre popular de la zona.
Aunque la mayor parte de quienes habitan el barrio no recuerdan al santo piadoso que prefirió vivir como un pobre en lugar de disfrutar de su riqueza familiar, basta recorrer las calles que van de Belascoaín a Lealtad, cruzando en diagonal desde San Lázaro hasta la cercana San Miguel, para percatarse de que los residentes de esa cuadrícula no han elegido la miseria que los rodea, los muros despintados, las largas colas en los mercados y, mucho menos, las montañas de desperdicios que cubren cada esquina.
Un balcón más o un balcón menos parece poca cosa en una calle de la que solo quedan ruinas, pero el desplome de este miércoles marca profundamente la vida de los habitantes de San Lázaro 512. Probablemente, ya ninguno de los vecinos de ese solar podrá vender su casa para sufragar la emigración, permutar para un barrio mejor aunque sea dando dinero encima, sacarse una fotografía en la fachada de su edificio o invitar –con orgullo– a unos amigos a una velada festiva. Como tantas casas alrededor, la suya ha quedado marcada por la ruina.
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