Mullidos, cómodos y para toda la vida, así eran los colchones de la firma Lavín que hace más de medio siglo se vendían en la céntrica esquina de la calle Neptuno y Lealtad, en La Habana. De aquel local privado, posteriormente nacionalizado y convertido en Oficina del Registro de Consumidores (Oficoda), solo queda el recuerdo. Una montaña de basura impedía este miércoles el acceso al inmueble y obligó a los Servicios Comunales a recogerla, después de semanas acumulándose.
Desde su balcón, una vecina seguía las labores de un camión y una motoniveladora que intentaban evacuar los desperdicios que tapaban la acera y dificultaban el tránsito por la concurrida avenida, una vía muy usada por los taxis particulares para enlazar La Habana Vieja con El Vedado y los barrios del oeste de la capital cubana. «¿Ahora es que aparecen?», bramaba la mujer desde su atalaya, y varios residentes cercanos la apoyaron con gritos de indignación, a los que los trabajadores del monopolio estatal hicieron oídos sordos.
Con la fachada desconchada y la antigua zona de vidrieras de cristal tapada con cartones y tablas, el local ya no puede ser siquiera reconocido por quienes lo visitaron en su antiguo esplendor. Con el lema «Los colchones Lavín no tienen fin», la tienda era una de las sucursales de la empresa, cuyo comercio principal estaba en la calle Monte y Rastro, mientras que tenía su fábrica en Pedroso 52, en la barriada de El Cerro. Propiedad de Ramón Lavín Allende y sus hermanos, el negocio familiar también incluía una industria de sombreros y comercios de accesorios para el hogar.
- CHECALO -
Pocos en la barriada tienen memoria de aquella época en que la esquina era un importante nodo comercial, con la tienda de colchones a un lado y un mercado de la famosa firma Minimax justo enfrente
Pero pocos en la barriada tienen memoria de aquella época en que la esquina era un importante nodo comercial, con la tienda de colchones a un lado y un mercado de la famosa firma Minimax justo enfrente. «Ya quedamos menos», contó a 14ymedio un anciano que este miércoles vigilaba la labor de Comunales desde una ventana de su vivienda. «Mis padres compraron su colchón de matrimonio en Lavín y no era gente rica, lo pagaron a plazo», aseguró.
Una vieja factura, a nombre de una tal Consuelo Rodríguez, da fe de la venta a créditos que estilaba la colchonería. Vecina del número 1011 en la cercana calle Belascoaín, probablemente cliente o empleada en el hotel La Maravilla, como reza el documento, la mujer adquirió en 1945 una colchoneta y una frazada a la firma Lavín por un precio total de 12 pesos. El papel que así lo atestigua y que ahora se vende online, en un sitio de subastas, por seis euros, es una reliquia de tiempos pasados.
Consuelo Rodríguez probablemente murió hace años, las compras a plazos no existen hace décadas en Cuba, La Maravilla pasó a ser una ciudadela, de la empresa de los Lavín solo quedan locales desvencijados o tomados por familias sin casas y el emblemático comercio de Neptuno y Lealtad se ocupa de los trámites del mercado racionado que lleva más de 60 años impuesto en Cuba. La montaña de basura que cubre sus alrededores y que Comunales trataba de acarrear, este miércoles, es apenas el colofón, el entierro de un tiempo pasado del que no quedan ni testigos.
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