Se suele decir que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pero esta es más una afirmación filosófica que fisiológica, pues somos de las pocas especies capaces de aprender de sus errores. Al igual que las ratas o las moscas, cuando nos encontramos un obstáculo fijo que nos hace tropezar, en la siguiente ocasión tendremos cuidado de no toparnos con él. Esto tradicionalmente se ha asociado a especies con un sistema nervioso complejo. Sin embargo, ahora se ha descubierto que animales tan simples como las medusas también pueden hacerlo.
Lo ha observado un equipo de científicos de la Universidad de Copenhague, cuyos resultados se acaban de publicar en Current Biology. En su estudio, demuestran cómo la medusa de caja del Caribe (Tripedalia cystophora) es capaz de memorizar obstáculos y evitarlos en bastante poco tiempo.
Es una especie acostumbrada a vivir en pantanos de manglares, cuyo fondo está abarrotado de raíces de árboles submarinos. Si se chocan con ellas, pueden perder rápidamente a una posible presa, por lo que deben aprender a evitarlas. Es fascinante cómo consiguen hacerlo, por lo que estos científicos han querido analizar el mecanismo. Porque, para entender algo complejo, antes hay que empezar por su versión más simple. Y la de las medusas parece ser una de las formas más simples de aprendizaje que se pueden estudiar.
Entrenando el aprendizaje de las medusas
Para entrenar a las medusas, estos científicos utilizaron un tanque con barras de diferentes tonos de gris, que imitarían las raíces que ellas evitan en la naturaleza. Las bandas más oscuras se verían como raíces cercanas en la penumbra del fondo de los pantanos, mientras que las más claras se perciben como algo más lejano.
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Así, tras ser introducidas en el tanque, chocaban repetidamente tanto con unas como con otras. Sin embargo, 7,5 minutos después, habían aprendido a esquivar las más oscuras.
¿Cómo lo hacen?
Una vez comprobado que las medusas pueden aprender a evitar obstáculos, estos científicos quisieron saber cómo lo hacen. Sospechaban que debía tener relación con los ropalios. Estas son unas estructuras sensoriales, en forma de pequeños tentáculos, que contienen principalmente dos estructuras más pequeñas. Por un lado, una vesícula, llamada estatocisto, que les proporciona orientación espacial. Y, por otro, un fotorreceptor, conocido como ocelo, que les da una idea de la profundidad a la que se encuentran, con base en la intensidad de la luz que llega hasta ellas.
En el caso de esta especie concreta de medusa, los ropalios contienen también seis ojos cada uno y desde su interior se liberan señales eléctricas que les ayudan a procesar la información que les llega.
Por eso, los autores del estudio procedieron a manipular esas señales eléctricas. Una vez que las medusas, ya entrenadas, comenzaron a evitar las barras oscuras, comenzaron a generar artificialmente un débil impulso eléctrico en el ropalio, a medida que se acercaban a las barras más claras. Así, con el paso del tiempo, las medusas no evitaban solo los obstáculos oscuros. También lo hacían con los claros, a pesar de que, de forma natural, no lo hacían.
Esto indica que la clave está en estas estructuras sensoriales tan básicas y en las señales eléctricas que emiten. Una vez descubierto esto, quieren seguir investigando, para determinar las interacciones celulares que intervienen en el procesamiento de la memoria de las medusas.
Así, cuando entiendan estos mecanismos de forma sencilla, podrían seguir ascendiendo hasta desentrañar los más complejos. Y es que, cuando las encontramos en la playa, las medusas son animales muy odiados, pero lo cierto es que los científicos las adoran, porque se puede aprender mucho de ellas. Ahora, tienen un motivo más para amarlas.
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